(Variaciones sobre un tango de José María Contursi y Mariano Mores).

“Tengo el corazón hecho pedazos, rota mi ansiedad en este día. Noches y más noches sin descanso, y esta desazón del alma mía”. Si veinte años no es nada, diez son demasiados cuando se sufre del poder. Idilio arrebatado y duelo imposible el de su pérdida. Negación delirante y protesta retobada ante su falta. Ideología menesterosa y “amorodio” por único argumento. Atrás quedaron la milonga palaciega, las canciones setenteras y la subasta festiva de contratos y comisiones. Hoy tenés el mate lleno de falaces ilusiones, te engrupieron los denarios, los amigos y el avión.

“Más frágil que el cristal fue mi amor junto a ti. Cristal tu corazón, tu mirar, tu reír. Tus sueños y mi voz, y nuestra timidez, temblando suavemente en tu balcón”. De la Casa Rosada a Carondelet, pasando por Miraflores, cualquier balcón es colchón para el encuentro erótico entre la masa y su líder. Masa pérfida y maleva, que se entrega sin pudor al ganador, y cambiará de caballo cuando llegue la ocasión, por una cabeza o por varios millones. ¡Cristal! Dureza y fragilidad a un tiempo, transparencia y opacidad del reflejo narcisista, que descubre la inconsistencia del poder afrodisiaco apenas se lo pierde. Poder que hizo tanto daño, y que ahora es extraño.

“Y ahora solo sé que todo se perdió, la tarde de mi ausencia. Ya nunca volveré, lo sé bien, nunca más. Tal vez me esperarás junto a Dios, más allá”. A no ser que se empeñen en desmentir la ausencia y estén pensando en volver con la frente más amplia, la honra marchita y la lengua febril. Recuperar el milagro ecuatoriano, rezando como beatos. Recuperar el canto y la guitarra, cuando todos eran hermanos, o eso decían. Puesto que hoy son enemigos, o eso dicen. Porque en la política y en el amor, todo depende del cristal con que se vire la verdad.

“Todo para mí se ha terminado, todo para mí se torna olvido. Trágica enseñanza me dejaron esas horas negras que he vivido”. Mano a mano ya quedaron, solo importa lo que hicieron, lo que mienten y dirán. La experiencia enseña a quien está dispuesto a ello, a partir del reconocimiento de su falta. De lo contrario, la repetición es destino. De la gloria al olvido solo median la pachanga bien bacana y la epopeya retórica, hoy reducidas a banderas desflecadas y camisetas trapeadoras. Tanta guita botada en basura degradable y en chamullo irreciclable.

“Cuántos, cuántos años han pasado, loco, casi muerto, destrozado. Grises mis cabellos y mi vida, solo, siempre solo y olvidado, con mi espíritu amarrado a nuestra juventud”. Hoy añoran los tiempos felices: tenían 15 abriles y se conocieron en los encuentros gustavinos y escultistas. Luego vinieron los días del primer flechazo con el gobierno, cuando lo penetraron con toda la emoción de un niño explorador en su primer jamboree. Pero el amor por la causa social finalmente mudó en avidez millonaria y adicción al poder, olvidando que solo la muerte es para siempre. Hoy deambulan anónimos, desocupados y tristes, gastando Twitter y suelas, al son del “Último tango en Bruselas”.

(O)