En este mismo espacio, al cumplirse dos meses de la posesión del presidente Moreno, decía que había llegado la hora de la verdad y que se nos la dijera, por dura que esta fuera. Pues resulta que la verdad emerge por el horizonte igual que el sol y, al mirarlo, nos alegramos, nos calentamos y nos deslumbramos, pues como con su salida, amanece y vemos.

Verdad, que en una parte nos la está diciendo el propio presidente, como lo del tamaño de la deuda, que se acerca más a la estimada por analistas independientes, que a la que nos quería vender Rafael Correa y sus sofismas. Otra parte, descomunal esta, viene de parte de la prensa internacional que nos hace saber de los detalles de la inmensa corrupción en la que hemos estado inmersos por una década. Y digo hemos, porque esta práctica extendida nos afecta a todos. Todo lo que ahora estamos comenzando a ver, ocurrió por acción de unos vivos y por omisión de los muchos.

Ahora que la verdad desnuda comienza a emerger, muchos levantan dedos señaladores, cosa que está bien, ahora que se está cayendo la alacena, comenzaremos a encontrar quiénes son los que estaban escondidos detrás de ella. Tíos y contralores son señalados; ministros y funcionarios del sector petrolero, presos o prófugos. Con asombro miramos todo lo amplio que la corrupción se ha extendido. Bien que se adelanten estas investigaciones, denuncias y señalamientos. Pero la pregunta que me hago y propongo es: y ante todo esto, ¿dónde estábamos los ciudadanos?

Digámonos también nosotros la verdad: hemos sido testigos en muchos casos y hemos sabido o intuido que estas cosas estaban ocurriendo en lo que unos denominaron década ganada y otros, década saqueada. Fueron cientos los contratistas que se vieron enfrentados de primera mano a pedidos de propinas o comisiones. A la vista está el caso Caminosca; dos hermanos ingenieros ellos, brillantes y destacados estudiantes en sus años mozos, provenientes de una familia honrada y educados en buenas escuelas, terminan en lo que terminan; y como ocurre con los que no están acostumbrados a esas prácticas, se pusieron en evidencia. Muchos en su afán de poder trabajar cayeron en esas trampas; otros más vivos, se frotaban las manos. Y es que en el festín de los millones, muchos se hicieron de la vista gorda; demasiados por mucho tiempo, hicieron dinerillos aprovechando el desborde del gasto público. De todo esto tuvimos indicios; unos pocos valientes, lo denunciaron; los más, callamos. Insisto en mi pregunta: frente a todo esto, ¿dónde estábamos los ciudadanos?

Los pocos que se atrevieron, como los miembros de la Comisión Cívica, o periodistas valientes, como Fernando Villavicencio y otros, fueron todos ellos indistintamente perseguidos, acosados, arruinados. De todo esto supimos y pocos dijeron algo. Miedo. Cierto que se montó un sistema de persecución a los que abrían la boca o se atrevían a hacer denuncias, y los ciudadanos nos dejamos vencer por el miedo; nos desentendimos, como que con nosotros no fuera; y ahora, nos pasan la cuenta que, de una u otra manera, la pagaremos todos. ¿No era con nosotros?

Es que sin que todos nos demos un baño de verdad, de esta no saldremos. Como unas voces reclaman desde Guayaquil, se necesita que la ciudadanía se implique y se movilice, y, agrego, que también nosotros, la enfrentemos. ¿Seremos capaces de mirar nuestros propios fantasmas y de vernos desnudos en el espejo de la verdad? (O)