El odio es la cólera de los débiles, la otra cara de la envidia. Todos, sin excepción, tenemos enemigos, mas lo importante es no sentirnos enemigos de nadie. Perdemos mucho tiempo tratando de agradar a todos. El fanatismo es una forma de odio, rabia que confundió su rumbo. Al afirmar lo que somos, con virtudes y defectos, nos convertimos en arquitectos de nuestra existencia, la edad nos obliga a ser más humildes, más conscientes de nuestra insignificancia. El éxito es agradable mientras no se nos suba a la cabeza, hay que digerirlo sin empacharnos, es ilusorio, pasajero, esporádico. En el otoño de mi vida tengo las maletas listas para el postrero viaje. En un par de meses me operarán por segunda vez del corazón, la muerte no me asusta, más bien me inspira curiosidad ¿Será cierto que volvemos a la nada de donde salimos? Soñar con otra vida en la que podríamos encontrar a Beethoven, Leonardo da Vinci o Vicente van Gogh, unirnos de nuevo a los seres que amamos, suena hermoso pero sueño es.

Existe una enorme diferencia entre los adversarios y los enemigos, los unos expresan desacuerdo, los otros optan por la agresión. Amar a los enemigos es demasiado pedir, pero dejarlos en paz no cuesta mucho, no polemizar, no contraatacar, no contestar, quedarnos con serenidad en el alma, el odio es un desperdicio absurdo de energía, Luego hay tantos seres que amar, tantas maravillas que podemos conocer desde el despertar de cada día, la puesta del sol, el claro de luna, la copa de vino añejo. Si no podemos vivir evitando la vida, es inevitable que cometamos errores, caigamos en tentaciones a partir del orgullo, el machismo, el amor propio, la vanidad, mas al final del camino vemos con claridad que todo fue quimérico, fugaz, las medallas se oxidan, los pergaminos se apolillan, la piel se arruga. Envejecer es una linda experiencia siempre cuando mantengamos intactas las ilusiones. “Hace falta mucho tiempo para ser joven”, decía Picasso. Voltaire aconsejaba que cultiváramos nuestro huerto, pues el simple hecho de poner una semilla en una maceta, ver brotar una flor bajo la caricia del sol puede ser un instante glorioso, como son las primeras palabras o los primeros pasos de un hijo.

Soy un gran admirador de Salvador Dalí, tanto por lo que pintó como por lo que dijo: “Muchas personas no cumplen los ochenta porque intentan durante demasiado tiempo quedarse en los cuarenta”, es como querer manejar un auto con la palanca de cambios en primera. Tenemos las arrugas que merecemos, sea por haber sonreído mucho, sea por haber molido amargura. Si se ríen mucho pondrán su boca entre paréntesis.

¿En qué quedamos? En tomar la vida con calma, evitando sobresaltos, perdonando errores ajenos o nuestros, coleccionando momento de felicidad a sabiendas de que la dicha mayúscula es caprichosa, no suele perdurar, vivimos sorteando peligros viendo mo rir gente. Más vale extender la mano que guardar el puño cerrado. Cualquier cosa que hagan, háganla con pasión, sigue vigente lo de Kurt Kobain: “Más vale quemarse que apagarse lentamente”. (O)