Son frecuentes las opiniones de lectores que expresan asombrados el aislamiento que sufre el sector agropecuario en los diálogos de alto nivel que adelantan autoridades del Ejecutivo para receptar problemas y soluciones e impulsar el desarrollo de las actividades productivas, razón para que importantes organizaciones agrícolas y ganaderas reclamen la ausencia de sus representantes natos en tales deliberaciones. Así, por ejemplo, de los seis integrantes privados del Consejo Consultivo Productivo y Tributario, ninguno podría considerarse vocero directo, pues si bien es verdad concurre el presidente de la Federación de Exportadores, conspicuo agricultor y agroexportador, no es un delegado institucional del gremio agrícola nacional.

Durante la pasada campaña política todas las candidaturas expresaron su interés por volcar su preocupación a favor del agro, como respuesta concreta al clásico abandono que sufrió durante la década pasada, originando una deuda social oficialmente reconocida. En contraste, nadie duda de su significativo aporte a la producción nacional, a las exportaciones y a la creación de trabajo permanente; pero ocurre que luego del triunfo electoral, a la hora del ejercicio del poder, no se avizora un plan realista de cumplimiento de ofertas, cuando lo menos que se espera es declarar de prioridad absoluta el desarrollo integral de la agricultura, que permita una tarea articulada de las instancias gubernamentales y de la sociedad civil a favor de ella. En las cinco acciones inmediatas que acaba de anunciar el régimen para superar la difícil situación, no aparecen las agrarias, manantial inagotable de divisas y empleo.

Da la penosa impresión que los máximos conductores públicos y los propios dirigentes empresariales privados no tienen una clara visión de la riqueza agrícola real y potencial, se ignora que es la fuente primigenia de más del 70% de las exportaciones no petroleras, gran ahorrador de divisas, que mitigó el impacto económico en los momentos de peor crisis, de la que solo podrá emerger con su impulso y potenciación. Se daría un rápido mejoramiento a las finanzas públicas eliminando las cortapisas a la exportación bananera, supliendo totalmente las importaciones de maíz y reduciendo las de soya, siempre con producción local. Pero no se trata simplemente de reconocer el peso del sector en las cuentas nacionales, es necesario la comprensión absoluta de los líderes de la colectividad hacia la aceptación plena que el bienestar ecuatoriano está en el campo.

Lo agrícola, agroindustrial y agroalimentario, hacia la exportación, es una gran oportunidad para la inversión nacional y extranjera, para nuevos y rentables emprendimientos, insuperable atractivo para jóvenes del campo y la ciudad, basado en un urgente incremento de productividad con innovación tecnológica, resultante de una investigación agropecuaria, impunemente abandonada. Esos segmentos productivos, debidamente fomentados, serían la irresistible seducción para la repatriación de capitales que se propugna.

Es necesario crear y promover una conciencia agropecuaria, que profundice la identidad nacional con ese sector, movilizando a los ecuatorianos en torno al viejo eslogan Ecuador país agrícola, elevado a la categoría de modelo de cambio hacia el desarrollo sostenible, que implica crecimiento, respeto al medio ambiente y justicia social, única manera de superar el injusto trato dado a la agricultura, en desmedro de su indiscutible valía. (O)