Cuando me anunciaron que el Gobierno me iba a nombrar ecuatoriano ad honorem, algo muy especial sentí en el alma. Vivo aquí desde el año 1965, llegué como director de la Alianza Francesa, suponiendo que al fenecer mi contrato de dos años emigraría hacia otro país, mas el destino modificó los planes, me enamoré de una guayaquileña, mandé mi renuncia al Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia, transcurrieron ya más de cincuenta y dos años. A veces extraño al profesor que fui, tanto en mi patria como en Marruecos, país entrañable donde conocí a musulmanes de profunda fe y coherencia. Me asombró su música, me fascinó su gastronomía, pero compartí el ayuno en cada mes de Ramadán, nació mi primer programa de televisión: Tele Club, mas no imaginaba que estaría en las pantallas ecuatorianas por más de medio siglo.

El presidente Lenín Moreno me entregó el decreto que me hacía ecuatoriano, no armé ningún coctel, fue para mí algo privado, espiritual, intenso. Sigo viviendo frente al río, me siento guayaquileño, aprendí un idioma del que solo conocía cuatro palabras. Haber recibido en 1999 una llamada de Carlos Pérez Perasso invitándome a integrar el staff de la página editorial fue otro honor que sigue comprometiendo mi gratitud. Al ganar un premio nacional de poesía con un texto dedicado a un hombre loco (despojaba a los árboles del malecón para plasmar en las veredas con el jugo de las hojas signos cabalísticos) me sentí más identificado con Diario EL UNIVERSO y con la urbe.

Lenín Moreno tenía que asistir aquella misma noche a una fiesta popular, tuvo la gentileza de invitarme, pero me sentía tan feliz por aquel decreto que solo deseaba disfrutarlo en la soledad de mi casa. Me sentí emocionado cuando Lenín se quedó conversando conmigo durante más de una hora, contestando muy atrevidas preguntas, aunque guardo todas las respuestas que me dio en cuanto a los temas políticos más candentes, prefiero recordar aquella extraña mezcla de energía, humor, humildad que encontré en el mandatario. No cree en los dioses tales como muchos los pintan, su creencia es cósmica, metafísica, no teme a la muerte, pero preferiría morir antes de que falleciera una de sus hijas o su esposa y compañera, Rocío González, hermosa mujer dedicada a programas sociales. No se considera como un hombre existencialista, mas superó los avatares de su existencia (quedó parapléjico por haber recibido un balazo en la columna durante un asalto). Constato que su libertad existencial le permitió asumir su esencia como ser humano, ahora como presidente. Duerme cuatro horas por las noches, su sentido del humor le permite poner la barra muy alta para quienes pretenden atacarlo. Cuando le pregunté si tenía 40 guardaespaldas, me contestó que Lincoln y John Kennedy los habían tenido, hubiera podido añadir a Enrique IV, asesinado por Ravaillac; Francisco Fernando de Austria, baleado en Sarajevo; Indira Gandhi, Paul Doumer, Anwar El Sadat. Lenín posee una de las cualidades que más valoro en un ser humano: la sencilla gentileza. La cortesía sigue siendo una virtud excelsa. (O)