Andrés Serrano, artista norteamericano nacido en Nueva York, saltó a la fama en el año 1987. La obra que lo catapulta es una fotografía en la que se aprecia en primer plano la figura de un Jesucristo crucificado, que presenta cierta difuminación en sus bordes, rodeado de un fulgor amarillo. La obra se conoce como Piss Christ. Tal como su nombre lo da a entender, se trata de un crucifijo fotografiado a través de un envase de vidrio, lleno de la orina del artista. Esta obra fue galardonada por el Southeastern Center for Contemporary Arts y fue parcialmente auspiciada por el National Endowment for the Arts, un organismo público del Gobierno de Estados Unidos, destinado a promover y financiar proyectos artísticos.

Evidentemente, la obra de Andrés Serrano no se libró de la polémica. Fue duramente criticada por los voceros de varias iglesias cristianas. Adicionalmente, fue cuestionada por senadores norteamericanos como Jesse Helms y Al D’Amato. Irónicamente, quien sale en su defensa es Wendy Beckett, una monja católica, especializada en crítica del arte. Beckett declaró en una entrevista realizada por Bill Moyers que el Piss Christ no era una obra blasfema. “Esto es lo que le estamos haciendo a Jesucristo”, sentenció.

En los últimos días se inauguró la muestra La intimidad es política, en el Centro Cultural Metropolitano de la ciudad de Quito. Se trata de una exhibición colectiva, con más de cincuenta obras que analizan la problemática de la violencia de género, desde diferentes perspectivas.

Se ha generado polémica por una obra en particular. Es un mural inspirado en las composiciones icónicas que suelen encontrarse en los retablos de las antiguas iglesias. Cada uno de esos íconos expresa –a diferencia de las figuras originales– una postura de transgresión sexual explícita, con la que se pretende denunciar el pasivo papel que han tenido las organizaciones eclesiásticas sobre la segregación sexual que ocurre dentro de sus propias filas.

El arte de nuestros tiempos ya no es un simple imitador de las bellezas naturales. Eso quedó atrás. La misión del artista contemporáneo y de su obra es cuestionar, transgredir, con la finalidad de que quienes contemplemos su creación podamos depurar la conducta de las instituciones que forman parte de nuestra sociedad y así poder mejorar como colectividad. Esto se complementa con lo expresado alguna vez por Albert Camus, quien dijera al respecto: “Nada sirve tan bien al arte como un pensamiento negativo. Sus procedimientos oscuros y humillados son tan necesarios para entender una gran obra como el negro lo es para el blanco”.

En estos tiempos racionales y laicos, las iglesias cristianas pueden opinar sobre el mencionado mural, cuestionarlo y hasta repudiarlo públicamente. Pero que algún organismo público proceda a censurar dicha obra por simpatías con alguna organización religiosa sería un doloroso revés a nuestra sociedad laica.

Que esta sea una oportunidad de refutar y persuadir con ideas por parte quienes profesan algún tipo de fe cristiana, sin censurar expresiones so pretexto de la ofensa. Existen medios adecuados para ello. Bienvenidas son también las reflexiones sobre los motivos que producen los cuestionamientos actuales al comportamiento de ciertos miembros de las clases sacerdotales. (O)