Al momento de escribir esta columna, los medios internacionales han informado de la arbitraria detención de Leopoldo López y Antonio Ledezma, a cargo de los gorilas del dictador Maduro, quienes irrumpieron, en la madrugada del martes, en los domicilios de los referidos líderes de la resistencia venezolana, para trasladarlos nuevamente a Ramo Verde.

Esto ocurre a pocas horas del anuncio oficial del Departamento del Tesoro de EE.UU. de congelar las cuentas bancarias y activos de Maduro en el sistema financiero norteamericano, como una de las represalias tomadas ante el zarpazo final de la dictadura militar que tortura y oprime al pueblo venezolano, en su transición al modelo cubano, instaurado a fuego y sangre por los Castro hace casi 58 años.

Ello sumado al rechazo a las elecciones para la Asamblea Constituyente, anunciado por decenas de naciones del mundo, entre ellas EE.UU., Canadá, México, Costa Rica, Panamá, Brasil, Argentina, Chile, Perú y Colombia.

En los últimos meses, en Venezuela han muerto más de 100 personas por el simple pecado de protestar, de rebelarse ante el atropello de sus libertades, el festín del erario público, el abandono de sus familias, la escasez de alimentos, medicinas y servicios básicos. La cantidad de detenidos, desaparecidos y torturados es enorme, pero con seguridad, sin siquiera acercarse a las cifras reales que solo se conocerán cuando esta barbarie termine.

Cada día son más los funcionarios públicos y autoridades que han sido parte de esta tragedia que camina hacia los 20 años, que desertan del proyecto, en unos casos por haber caído en desgracia y en otros, para negociar rebaja de penas. El desbande crece, al tiempo que el repudio de la comunidad internacional se exacerba y empieza a alcanzar a los gobernantes y organizaciones multilaterales.

Venezuela ya no es la calentura de un dictador, con discurso de izquierda y chequera de derecha.

Ya no es un país dividido o polarizado por el populismo y la ignorancia.

Ya ni siquiera es el buque insignia de los nuevos comunistas del foro de Sao Paulo que rediseñaron el fracasado modus operandi para, a través del voto popular, confundir sus escuálidas billeteras con las del Estado y entronarse en el poder en nombre del pueblo, al que como gran favor le esparcen las migajas del gran banquete, mientras cortan sus filetes con hoz de oro y golpean las langostas con martillo de plata.

Ahora, sus otrora cómplices regionales están más ocupados defendiéndose del calabozo.

Venezuela hoy es una causa del mundo libre, de la humanidad.

Venezuela es América, Venezuela es el mundo.

Ha llegado el momento de honrar el legado de libertad que nos dejaron Bolívar, San Martín, O’Higgins, Juárez, Franklin, Washington, Alfaro y Martí. Es hora de rechazar enérgicamente a todo aquel que, agazapado y cobijado por una supuesta ideología política, pretenda validar la barbarie humanitaria que vive el hermano pueblo en estos agónicos momentos.

En esta columna he procurado siempre guardar la compostura, pero Venezuela amerita perderla.

Por ello, hoy grito a viva voz: ¡Abajo la dictadura!, al tiempo que convoco a todas las plumas libres del mundo a gritarlo.

(O)