Soy jubilada de 67 años. Tengo una familia numerosa de la cual vivo profundamente orgullosa, pero cuando a lo largo de la vida mis pasos me han llevado a tierras extrañas he sentido otro orgullo más íntimo y noble: el de ser ecuatoriana. Lo he gritado a viva voz y con alegría.

Pero hoy por primera vez siento vergüenza de decir al mundo mi nacionalidad. Hoy siento vergüenza, no hay orgullo en mi voz de pertenecer a un pueblo donde la corrupción es un nuevo sistema de vida tolerado públicamente y sin ningún tipo de rechazo. Un país donde la corrupción se siente y hasta se puede medir y pesar. Carros de lujo, viviendas suntuosas aquí y en el extranjero, haciendas, cuentas voluminosas en bancos en el extranjero pertenecientes a corruptos públicamente señalados y reconocidos, que son milagrosamente invisibles e innombrables. ¿Dónde están esas voces de campaña para la presidencia, esos que se rasgaban las vestiduras y que ofrecían señalar a todos los corruptos y llevarlos a la cárcel, o solo era propaganda populista? Corruptos que entran y salen del país con visas diplomáticas atragantándose del dinero robado. Ahora es el momento de oír esas voces exigiendo justicia para todos esos negociados turbios, pero solo hay silencio, alguno que otro susurro tirando a quejido es lo que oímos de vez en cuando de esos políticos con ansias de poder. ¡Qué vergüenza, señores! Venezuela se desangra en las calles, el pueblo llora y muere día tras días y no deja de seguir luchando, y las voces de sus líderes siguen resonando alto y fuerte. En Ecuador, en cambio, vivimos en un silencio absoluto y cómplice. Miedosos de decir o no decir, de hacer o no hacer. Al señor presidente Moreno le ha tocado la más difícil etapa de la vida de nuestro país y de su vida, la decisión que tome lo marcará para siempre. Tiene la alternativa de pasar a la historia sin dejar huella, como un continuista de un sistema público obsoleto y corrupto, o pasar a la historia como un presidente justo, noble y luchador frontal contra la corrupción y ser reconocido por el mundo como aquel que marcó y logró el cambio; que sea un estadista más que un político, es nuestra única esperanza; ponga su casa en orden; se rodee de personas idóneas y de honestidad comprobada; reduzca sus gastos públicos; impulse nuestra economía que está en llagas. Que su voz que transmite paz y esperanza sea la que también ejecute y luche en forma enérgica y sin piedad alguna contra todo tipo de corrupción y haga justicia, sea quien sea. Así podremos volver a decir con orgullo: somos ecuatorianos.(O)

Aura Clotilde Álava García,
Avenida Samborondón