Uno de los programas estables de la Sociedad Femenina de Cultura en el Teatro Centro de Arte se titula como esta columna. Desfilan por una de sus salas algunas conocedoras de la materia para exponer criterios que les merecen obras literarias universales de reciente publicación. La intención es la misma que justifican las variadas actividades del medio cuando se trata de libros: multiplicar lectores. Quienes asisten habiendo leído la novela buscan ideas que les clarifiquen los enigmas que toda buena pieza narrativa encierra; los que no lo han hecho, encuentran las motivaciones para devorar páginas nuevas.

Esta semana le correspondió a la maestra y escritora Carolina Andrade presentar la novela Yo, la peor, de la autora mexicana Mónica Lavín. Fue agradable e interesante escuchar, como insistió, su particular lectura de la obra, insertada pedagógicamente en los contextos adecuados para que resulten diáfanas las decisiones de la escritora que se atrevió a “rozar lo inalcanzable”, es decir, a convertir a sor Juana Inés de la Cruz en un personaje de ficción para rellenar imaginativamente los continuos vacíos de su vida. Su propia pluma funciona como fuente autobiográfica, pero hay facetas que dejó en la completa sombra.

La novela de Lavín goza de una naturaleza literaria mestiza, es decir, está cruzada por la historia, pero contiene una amalgama de particularidades que la hacen digna representante de las formas de escritura de nuestro tiempo donde priman la mezcla, la ironía, el humor, hasta el melodrama, sostuvo Carolina. Y pese a que cuando se trata de estudiar la figura y la obra de la monja mexicana, la voz de Octavio Paz con su monumental estudio Las trampas de la fe, suena demasiado (piénsese en la fidelidad a esa versión de los hechos en la película de la argentina María Luisa Bemberg, del año 1990, Yo, la peor de todas, con título tan cercano a la novela, que es de 2009), la libertad de una novelista consigue otro rumbo del encontrado por el gran premio nobel.

¿El poder eclesiástico venció a sor Juana, la calló para siempre, tanto que ella, inmersa en una crisis, se separó de su biblioteca e instrumentos del saber y firmó una renuncia con su sangre? ¿Pudo distanciarse tanto de sí misma y de su obra que se reconociera como “la peor del mundo”? La novela de Lavín ensaya una nueva respuesta para parecidas preguntas que han desvelado y lo siguen haciendo, a los sorjuanistas del planeta. He allí el principal mérito, así como el de crear un concierto de miradas y voces femeninas, unas reales otras inventadas, para enfocarlas en esa mujer tan única que fue la monja, cuya palabra sigue deslumbrando al mundo aunque nos llegue entre los vericuetos del barroco.

No hay duda de que las últimas décadas han acuñado un gran gusto por la novela histórica. Los lectores nos solazamos en desbrozar entre la selva de palabras qué ocurrió en verdad y qué inventa el autor, porque, como dice Leonardo Padura, “la historia, la realidad y la novela funcionan como motores diferentes”, y en armonizarlos radica una de las fortalezas de este tipo de narrativa.

Grato es leer y más grato todavía conversar sobre lo que leemos, y qué mejor que con los mismos escritores. Por eso, será una gran oportunidad conocer a Mónica Lavín, una de las invitadas a la próxima Feria Internacional del Libro. (O)