Hay gases de efecto invernadero: Los efectos más dañinos son el deshielo de los polos y el cambio del clima. Los polos de la Tierra, deshelándose, inundarían gradualmente parte del planeta; el clima variaría.

Una ecología gira en función del hombre. Esta se preocupa no por el mal causado a la creación, sino por el mal causado al hombre por la contaminación del aire, del agua, por la desaparición de ciertos animales.

Desde siempre hay en el humano una tensión entre realizarse en el aislamiento o en el encuentro con otros.

No precisamente los más dotados, frecuentemente los egoístas pretenciosos, se aíslan en su intento de bastarse solos.

Los creyentes conocemos que Dios confió al hombre la ecología. (Génesis 1, 28). Esta es don y encargo, interés y cuidado.

Los intereses, observa Raniero Cantalamessa, varían; de hecho, de nación en nación, de un hemisferio a otro; y es difícil que se pongan todos de acuerdo. No todos tienen conciencia del encargo de cuidar el medio ambiente.

Las Naciones Unidas en 2015 encargaron a todas las naciones reducir los gases de efecto invernadero, para controlar el cambio climático. Algunos países acordaron con su firma en París realizar esta reducción.

Un país, Estados Unidos, el segundo país contaminante después de China, a pesar de conocer con claridad los graves daños causados por los gases contaminantes, retiró su firma del Acuerdo. Su actual gobernante, el señor Donald Trump, espera equivocadamente que su país pueda –aislado– evitar las consecuencias dañinas de los gases contaminantes.

Los poderosos frecuentemente se desligan de la solidaridad. Un poderoso esta vez se ha desligado también de la inteligencia.

¿“Con qué cara” exigir a los países en vías de desarrollo que disminuyan el uso de gases empleados en las refrigeradoras, aerosoles contaminantes; gases que perjudican el ozono?

Otra ecología se funda en la creación a imagen y semejanza de Dios, que es amor, es decir, donación; ser feliz, haciendo feliz. De acuerdo con esta ecología, el hombre no es señor absoluto, sino administrador fiel y prudente.

La fe cristiana nos invita a respetar la creación, no solo porque no hemos de dañarnos a nosotros mismos, sino porque no somos dueños absolutos de la creación, sino administradores. Dios encomendó al hombre labrar y cuidar el “jardín” (Génesis 2, 15).

El hombre es la corona de la creación; pero no es toda la creación. Tampoco está coronado como rey para dominar y suprimir. “Entre el hombre y las cosas hay una relación más de solidaridad que de dominio”.

San Francisco de Asís, comprendiendo la Palabra de Dios escrita en el Génesis, llamaba hermano o hermana a todas las creaturas: el sol, la luna, las flores, la tierra, el agua.

Una razón –no la única– por la que hay hombres dominadores: “La ignorancia es atrevida”. No saben, o no quieren saber, que vivimos en la misma casa.

Hay otra razón: hay personas que pretenden ser ellas mismas fuente y fin de su ser y de su existencia, no seres destinados a llevar a plenitud a los demás seres en la tierra. (O)