El proyecto del Código Orgánico de la Salud COS establece en el título V, capítulo II, sección III, artículos 141, 142 y 143, someras regulaciones sobre las prácticas de salud mental, sin definirla. Aunque soy miembro de la Asociación Ecuatoriana de Psiquiatría, no he conocido ningún pronunciamiento de ella sobre este asunto, ni he recibido convocatoria alguna para que los asociados lo discutamos. Deberíamos hacerlo, porque el tema de la llamada salud mental concierne a toda la población ecuatoriana y me parece útil escribir sobre este asunto, empezando por señalar la inconsistencia de un código que regula sin definir la materia a regularse: la salud mental. Por ello, desde esta columna introduciré algunas ideas para un debate necesario sobre algo que aparentemente no requiere definición, porque creemos que todos sabemos lo que es la salud mental desde lo que no lo es (la “locura”): craso error.

Aunque la psiquiatría no es una ciencia sino una práctica, su objeto gira alrededor de dos nociones vinculadas, propias de ella y ajenas a otros discursos como el del psicoanálisis: la salud mental y el trastorno mental. Empezaré con la primera, proponiendo una definición de “salud mental” escueta pero suficiente para abrir el debate, la del glosario final del clásico y enciclopédico Tratado de Psiquiatría (segunda edición) de Freedman, Kaplan y Sadock: “Estado de bienestar emocional en el que la persona es capaz de funcionar sin problemas en la sociedad a la que pertenece y cuyas características y rendimientos personales son satisfactorios para ella” (página 2873). He aquí una definición que no tiene mucho que ver con la medicina o con las ciencias fáctico-experimentales y las lógico-formales, sino más bien con las ciencias fáctico-sociales o conjeturales. Una definición que no es muy diferente a las que encontraremos en otros textos de psiquiatría.

Si la analizamos brevemente, veremos que la salud mental es un “estado” y no una “esencia”, y por ello no es permanente ni definitiva, estando siempre sujeta a la posibilidad de alteraciones o trastornos (como los llama la psiquiatría) ante situaciones desencadenantes, o a la posibilidad de recuperaciones con o sin tratamiento especializado. Entonces, los eventos vitales nos exponen de manera episódica a una afectación de ese estado. En segundo lugar, se habla de “bienestar emocional”, aunque sería más apropiado decir “bienestar afectivo” en tanto somos seres hablantes, con lo cual la salud mental se fusiona con las eternas aspiraciones humanas, las ideologías sobre la felicidad, las promesas políticas del buen vivir y todos los discursos religiosos y espirituales. Luego, se prefiere el uso del significante “persona”, en lugar de otros como “sujeto”, “individuo” o “ser humano”: una elección que no es casual, considerando que la etimología de “persona” remite a la Grecia clásica donde designaba las máscaras que usaban los actores para encarnar a los diferentes personajes. Entonces, la “persona” apunta al papel que cada quien representa en la escena y en la estructura social, creyendo “ser” lo que representa.

Hasta aquí, advertimos que la “salud mental” no es un concepto médico-científico ni una noción inocente, porque está definida desde discursos sociales, políticos, económicos, culturales y religiosos, antes que bioquímicos o fisiológicos. Continuaremos con esta serie en varias entregas. (O)