Dos testimonios de personas vinculadas con el quehacer educativo me acercaron esta semana a realidades preocupantes.

Una carta de un maestro a propósito de uno de mis artículos me puso frente al diario dilema del profesional que a menudo debe tomar una decisión: dedicar su tiempo a llenar los múltiples formularios, cuadros y documentos que les exigen o emplearlo en preparar su clase para acercar el tema a sus alumnos de manera pedagógica, atractiva, interesante y útil. Lo que decida tendrá consecuencias: si decide lo primero, habrá cumplido la exigencia que servirá, además, para evaluar su trabajo. Si opta por lo segundo, habrá cumplido el objetivo, la razón misma de su quehacer y de la presencia de niños o jóvenes en su aula. Es evidente que la decisión correcta y deseable es la segunda, nada en el quehacer educativo es más importante que la relación maestro-alumno, a propósito de un conocimiento compartido entre dos seres humanos que se enriquecen como tales en esa relación, pero eso no puede dejarse al acaso, debe ser preparado por el maestro desde su conocimiento teórico y desde su experiencia profesional. Sin embargo, los angustia el papel que espera y que deben llenar como testimonio de su trabajo ¿pedagógico?

El segundo fue el comentario de un director de una unidad educativa acerca de lo difícil que es conseguir maestros de Historia y de Literatura. Poco a poco ha ido desapareciendo la especialidad, porque todo apunta a lo técnico y porque los encargados de ofrecerlas han desestimado su importancia. Sin embargo, son dos saberes básicos en la formación de los ciudadanos.

La historia no es solamente el relato de lo que sucedió en el pasado, es el testimonio de la evolución de nuestra especie y de nuestro pueblo. Nos ayuda a conocer los grandes hechos que han determinado la realidad política y social que hoy vivimos, nos enseña a ser críticos ante ellos y a comprender que fueron causa y efecto de otros hechos. Por ejemplo, debería prepararnos para entender que como ciudadanos somos responsables no solo del presente colectivo, sino también del futuro y, lo más importante, que la historia no es solo lo que heredamos, sino también la que nuestra generación está construyendo.

¿Y para qué la literatura? En ella se aprende sobre la diversidad y complejidad de las sociedades y de los individuos. No es historia, no nos acerca a hechos, pero sí nos ayuda a interpretarlos porque quienes crean literatura lo hacen desde su experiencia existencial que se traduce en los sentimientos, emociones, personajes, historias de seres humanos en contacto con el entorno en el que les tocó vivir; podría decirse que la literatura es la historia que se escribe en el interior de las personas. No es casual que el romanticismo o el realismo hayan surgido en épocas determinadas y por qué podemos encontrarlo en la historia y en la literatura. Además, enriquece y desarrolla el dominio del idioma, que es la herramienta básica para expresar pensamientos y emociones y construir nuestra historia individual y colectiva en compañía.

Estamos en un momento de avance tecnológico vertiginoso e indetenible y eso requiere personas preparadas para asimilarlo, utilizarlo, reproducirlo y renovarlo, pero, ante todo, la supervivencia de la especie depende de cuán humanos seamos. ¿Estamos educando para crecer en humanidad? (O)