No cabe duda de que una de las noticias de esta semana que más debieron enardecer a la línea dura del correísmo es la que se refería a la reunión que sostuvo el presidente de la República con los directivos de diferentes medios de comunicación, en la cual se abordaron varios temas, entre ellos, el pedido directo de Lenín Moreno de que la prensa sea la primera en denunciar los casos de corrupción. La foto del mandatario con tales directivos es posiblemente la mejor prueba de la cordialidad y buen ánimo mantenidos durante la reunión, en radical contraste con el fundamentalismo radical con el que se manejó el discurso oficial respecto de la prensa en los últimos años.

A propósito de ello, debe recordarse como hecho anecdótico que en el último enlace ciudadano el entonces presidente Correa reafirmó uno de los principios básicos de su ideología, al sostener que los medios de comunicación habían sido el peor enemigo de su gobierno y agregar que su más grande adversario “ha sido esa prensa corrupta y mercantilista”, en sostenida coherencia con los adjetivos y epítetos endilgados a los medios de comunicación en años recientes. Quizás a estas alturas resultaría pertinente profundizar algo más en la teoría política del exgobernante, tratando de indagar las razones de su honda y desnaturalizada aversión a los medios de comunicación. ¿Se trataba simplemente de un descuadre ideológico, un histriónico revisionismo histórico, guardaba el exmandatario otras razones que lo impulsaban a manejar tanta antipatía y resentimiento con la prensa independiente o simplemente formaba parte de un libreto político que había que seguir al pie de la letra?

En todo caso, no le va a resultar fácil al actual régimen desligarse de ese discurso antiprensa especialmente si se toma en cuenta la posición intransigente que mantienen ciertos personajes del correísmo, entre ellos la asambleísta Soliz quien, ante la reunión del presidente con los medios, no tuvo empacho en sostener que en el anterior periodo el diálogo estuvo roto, pero “por culpa del comportamiento poco ético, absolutamente sesgado y parcial que han mantenido los medios en relación con temas de interés nacional y al propio proceso de la revolución ciudadana”. En otras palabras, la misma versión tergiversada que pretendía de forma paralela erigir a la prensa pública como la única dueña y portadora de la verdad, en contraposición a las falsedades continuas de los medios privados.

Quizás con el paso de las semanas el presidente pueda ir neutralizando tales posiciones, pero debe tener claro que el restablecimiento de las relaciones con los medios de comunicación va a requerir mucho más que buenas intenciones, con mayor razón si se toma en cuenta lo que siguen pensando varios de sus coidearios respecto del rol de los medios de comunicación en el proceso democrático. La prensa “corrupta y mercantilista” convertida en denunciante de la corrupción por pedido directo del presidente: cómo debe doler ese relato en Bélgica. (O)