Enero de 2017. Mientras Europa debate si sigue dejando morir en el Mediterráneo a los sufrientes o los acoge, en la frontera de Italia y Francia, seis migrantes de Chad y Eritrea, entre ellos dos menores de edad, huyendo de los conflictos bélicos y la pobreza en sus países, se aprestan a pedir asilo en el país galo. Los muerde el frío bajo cero. Cuatro jubilados de entre 64 y 68 años de edad, los embarcan en su vehículo para ayudarlos. Un ciudadano los denuncia y son detenidos por la policía, dado que evadían el control de la inmigración ilegal. Enfrentan años de cárcel si son penados y no se aplica la excepción de la ley por fines humanitarios. Otros han extendido sus manos a los refugiados, como un granjero francés, que ha auxiliado a cientos de ellos, inclusive después de haber sido condenado por la misma causa. “Si tenemos que romper la ley para ayudar a la gente, hagámoslo”, proclamó ante el Tribunal el hombre.
Seres humanos que son el sol de la misericordia, porque con su capacidad de sentir la desdicha de los demás y ofrecerles su solidaridad efectiva, sincera, que no dan mucho, sino todo, alumbran el camino por donde debemos transitar todos. Que no dudan en ofrecer su pecho, sacrificar su libertad y su patrimonio. Que no reparan en el tamaño de los obstáculos, porque siempre son más grandes. Que tienen convicciones tan sólidas, que se aventuran una y otra vez al peligro por su prójimo. Si una ley impone el ostracismo por ofrecer su corazón a sus semejantes, desobedecen la ley, por el mandato del amor. Ya Antígona había desafiado a Creonte, que le impedía sepultar a su hermano, guiada por ese mandato, superior al decreto caprichoso o interesado del poder.
Esas antorchas, entre los judíos, tienen un hermoso nombre: “Justos entre las naciones”, para los no judíos y extranjeros, que sin esperar recompensa, por imperativos religiosos, motivos humanitarios o que perteneciendo a organismos del Estado represor se opusieron en la Segunda Guerra Mundial a las instrucciones de muerte de sus superiores y auxiliaron por dichas causas a judíos que iban a ser deportados a campos de concentración o de exterminio, con todos los riesgos que ello implicaba, porque la asistencia a los judíos era castigada por los nazis. Sus nombres quedan grabados en el muro de honor del “jardín de los justos”. Más de 23.000 personas de decenas de países han recibido ese reconocimiento.
El Talmud enseña: “Quien salva una vida, salva al universo entero”. Es lo que hacen los henchidos de misericordia, que cumplen el precepto cristiano “Amaos los unos a los otros”.
Entre esos justos está Irena Sendler, una enfermera y trabajadora social polaca, que salvó a 2.500 niños judíos. Su padre murió contagiado de tifus por tratar a pacientes, varios de ellos judíos, que algunos de sus colegas habían rechazado. ¡La semilla generosa fructifica! La suspendieron en la universidad donde estudiaba, por oponerse a la discriminación contra los hebreos. En año y medio sacó en cualquier escondite a los niños que le entregaron sus familias. Los hijos de los padres que se rehusaron cayeron en el holocausto. La encarcelaron y torturaron, pero no reveló el nombre de sus colaboradores, ni el paradero de los niños. Después de la guerra desenterró los frascos donde había guardado los nombres y las historias de los niños y sus familias.
Otro de los justos que conocemos muy bien por la película que narró sus hazañas, fue Oskar Schindler, un empresario nazi que sirvió como espía al régimen alemán, quien al principio solo quería lucrar, pero que al ver las atrocidades de los que se creían llamados a gobernar el mundo, invirtió toda su fortuna en salvar a 1.200 judíos, empleándolos en sus fábricas como trabajadores, aun cuando nos los necesitara. Es inolvidable la escena del filme en la que, angustiado, toma entre las manos su lujoso anillo y se reprocha no haberlo dado para rescatar más judíos, sobornando a otros nazis. ¡Ejemplo de conversión y desprendimiento!
Para legítimo orgullo nuestro, un ecuatoriano también fue reconocido con dicha distinción: Manuel Muñoz Borrero, cónsul del Ecuador en Estocolmo, donde emitió decenas de pasaportes a judíos con el fin de salvarlos de la barbarie, aun después de haber sido cesado en sus funciones por esa causa por el gobierno de Arroyo del Río, lo que pudo hacer hasta que fue sustituido.
Pero hay justos en otras naciones, que no han salvado judíos, sino que luchan para salvarlos de los judíos indignos herederos de los valores del judaísmo. Como ocurrió el 2010, cuando la marina israelí asesinó a diez activistas turcos, que integraron la flotilla humanitaria de 633 personas de 37 países, que pretendía llevar ayuda a los habitantes de Gaza, sometidos a un infame bloqueo que aún perdura. Abordaron sus naves en aguas internacionales. Los israelíes adujeron que llevaban armas. Las armas eran 10.000 toneladas de medicinas, sillas de ruedas, libros, cuadernos, juguetes. Detuvieron a 600 navegantes, los golpearon y les robaron sus pertenencias. Las víctimas mortales eran hombres casados, con hijos, uno de ellos un joven de 19 años.
El Talmud enseña: “Quien salva una vida, salva al universo entero”. Es lo que hacen los henchidos de misericordia, que cumplen el precepto cristiano “Amaos los unos a los otros”. (O)