Luego de las primeras semanas del nuevo gobierno, con una físicamente lejana pero emocionalmente fuerte angustia, me he preguntado: ¿Ecuador ha entrado o podrá entrar en un proceso de recuperación democrático sólido, de destino previsible y susceptible de concertación? O, en su defecto, ¿asistimos al maquillaje del mismo modelo de desarrollo político e institucional de la última década? Ciertamente, buscar respuestas tajantes y permanentes sería una falsa pretensión que le quita valor a la acción política.

La política se mueve hoy en un pantano. Por ejemplo, la señalización de la cancha para un enfrentamiento entre facciones de PAIS, la construcción de trincheras por el correísmo más ortodoxo para preparar la defensa o el ataque, el abandono relativo de la plaza por parte de su campeador, el intento de Moreno de atenuar conflictos cumpliendo acuerdos burocráticos y la disolución de la principal alianza electoral de la oposición.

Las preguntas surgen de esas y otras realidades políticas que se muestran unas púdicas y otras que, pareciendo desnudarse, ocultan más de lo que muestran. Algunos actores pretenden saber hacia dónde dirigir a la nación y al Estado en un país estado-centrista cuya forma más rudimentaria es el hiperpresidencialismo. Mientras que otros actores conservadores pretenden saber cómo preservar sus intereses y su fuerza política. Por el momento unos y otros no se miden, apenas se miran.

En los instantes en que escribo este artículo, en el aeropuerto de Quito, se despacha a la forma carnal más representativa del autoritarismo de la década. Lo digo de modo impersonal por qué no sé quién –socialmente– lo hace. Y empieza la convivencia irritante de la sociedad ecuatoriana con el espíritu del correísmo, ese pequeño o inmenso pedazo de despotismo que salió a flote por los poros de muchos. De una ciudadanía insuficiente. Así las cosas, deberemos vencer a la marca que amenaza con ahogarnos: el espíritu presente soportado en un cuerpo ausente.

Ecuador, como el mundo andino, es una sociedad gestual. El gesto sustituye a la palabra. En la comunicación interpersonal e intergrupal esperamos respuestas gestuales antes que verbales. Y a las respuestas verbales se les suele asignar significados que van más allá o más acá de la oralidad… ese conocido cuya tilde es un adorno, que en realidad es tanto más como menos, un más o menos que es una forma cortés de decir no, y un no que, sin embargo, puede contener una posibilidad afirmativa oculta, muchas veces clientelar, solapada. A lo que hay que añadir las formas del silencio, que por oportunismo o estrategia en casos velan comportamientos sin responsabilidad. Para ponerle un título, son giros de una ciudadanía inacabada. Que hay que terminar de construir. Para construir otro espíritu y gestos de una nueva época.

El Gobierno ofrece gestos dirigidos a los actores especialmente de oposición. Actores sociales –indígenas, periodistas, empresarios–, actores políticos –adversarios electorales–, actores institucionales –universidades, Fuerzas Armadas–, actores internacionales –banca multilateral, organismos internacionales, países–, interpelados en torno a la moneda, corrupción, cooperación, educación, impuestos, burocracia, roles, comunicación, seguridad.

Estos gestos evidencian, por un lado, la necesidad gubernamental de soportes políticos, especialmente del discurso/programa no procesado en la campaña electoral, que al parecer distanciaba menos o acercaba más a las posiciones encontradas; y, por otro lado, muestran las disputas interiores de PAIS, partido de gobierno estructurado por la gestión y el empleo público, cuya solidez es más bien una pregunta antes que una afirmación rotunda.

Correa es un espectro que perseguirá a PAIS durante toda su vida. Esta confederación de grupos e intereses se ven a sí mismos como el poder tras el trono –presidencia de Moreno– al que valoran como su producto. Creen saberse contralores del sentir social y del destino político de las masas electorales. Se sienten diseñadores del modelo de la abundancia y del autoritarismo. Se asumen como el cuerpo histórico modernizador de la patria bajo la cabeza del caudillo. Y se quieren a sí mismos como la versión contemporánea de Alfaro y García Moreno.

Correa es un espectro que perseguirá a PAIS durante toda su vida. Esta confederación de grupos e intereses se ven a sí mismos como el poder tras el trono –presidencia de Moreno– al que valoran como su producto. Creen saberse contralores del sentir social y del destino político de las masas electorales.

Aquellas atribuciones son muchas deudas que deberíamos pagar todos y más aún Moreno, de quien creen conocer sus entrañas administrativas y personales. PAIS y Correa sienten que, finalmente, tuvieron que ceder momentáneamente el gobierno para no perder las elecciones, el agotamiento del excedente, la inminencia de la crisis, el peso de Odebrecht. Pero, particularmente Correa, instaló tantos cerrojos cuantos pudo. Su capacidad de presión –explícita mediante medios y subterránea a través de chantajes–, la mayoría parlamentaria, fracciones del gabinete e instituciones, y ciertos resortes de la gestión internacional. Sin embargo, parece que no pudo llevarse consigo todas las llaves de esos cerrojos.

A su vez, Moreno se ve a sí mismo –examinemos los gestos– como el líder de una transición desde el correísmo. ¿Más liviana que consistente? ¿Más aparente que real? Quiere ser el ícono –en el sentido religioso– de una salida. Enfatizo en la expresión transición desde, no en cómo ni hacia dónde. Por ello, la vaguedad de los gestos gubernamentales obliga a la sociedad ecuatoriana a plantearse políticamente si puede y si debe, caminar paralela, aproximarse, cruzar ese camino con la restauración democrática que aspira y demanda.

¿Qué pretenden mostrar los atributos hasta ahora ocultos de Moreno y de algunos de sus funcionarios militantes de PAIS? Queda agua por recorrer e intereses por procesar. Lo que no puede pedírsele a Moreno es que represente o asuma la totalidad del programa de la oposición. Lo que puede y debe medirse es cuánto Moreno puede aproximarse y efectivamente se aproxima a las necesidades de restauración democrática del Ecuador.

La agenda es muy amplia y de diversos ámbitos. Conflicto nacional (electoral/legitimidad), partidario (cuotas de poder), regional (elecciones locales y la crisis), internacional (reubicación de las relaciones internacionales en esta fase de la globalización), productiva (recesión/crisis/un nuevo modelo frente a uno que nunca se dio), financiera (bonos basura, deuda interna real) y gestión (el repudio y el apoyo al autoritarismo).

La resolución de la agenda no es fácil ni previsible. Se debe a que los recovecos representados en el conflicto de PAIS son más opacos que transparentes, son más defensivos que innovadores. Las partes enfrentadas en PAIS podrían acordar solamente una transición tenue y sometida. ¿Es esta la recuperación democrática que aspira la sociedad ecuatoriana? ¿La qué podemos/debemos acompañar comprometidos desde una visión larga del país, es decir propiamente política, para que alcance un lugar en la historia? Debemos navegar sobre el pantano –una necesidad– pero sabiendo hacia dónde… (O)