Desde hace varios años muchos ecuatorianos pasamos de sobresalto en sobresalto, de susto en susto. No sabemos qué nuevo escándalo, qué nueva broma de mal gusto o qué nuevo teatro del horror nos deparará el nuevo día. Vivimos empantanados entre la queja y el hartazgo.

Sin embargo, no todos. Hay gente que no ha perdido el tiempo (no me refiero a esos personajes que abrazaban árboles y rápidamente supieron acomodarse en el lugar preciso a la hora precisa, sino a aquellos que hicieron algo de provecho). La producción de libros de autores ecuatorianos que analizan la coyuntura política de la última década ha sido muy provechosa. Fernando Villavicencio, Ana Karina López y Mónica Almeida son algunos de los autores de estos textos, pero la lista es amplia.

Lo bueno es que también la ficción se ha enriquecido y la “década ganada” empieza a dar buenos frutos. Con mucho agrado y de un tirón he leído dos novelas que recrean episodios de la historia ecuatoriana: Los nombres ocultos, de Diego Araujo Sánchez, publicada en 2016, y A la sombra del magnolio, de Benjamín Ortiz Brennan, recién salida del horno.

Con esa inconfundible gracia de buen conversador, Benjamín Ortiz nos deleita con una novela histórica de primer orden. Con un increíble paralelismo, solo comparable a Una misma noche, que le mereció el premio Alfaguara al argentino Leopoldo Brizuela, el autor logra plasmar dos épocas marcadas por el caudillismo: 1862 y 2011, años en los que el Ecuador fue gobernado por Gabriel García Moreno y por Rafael Correa, respectivamente.

Ambas historias tienen como escenario una casona en el barrio de San Marcos, en el Centro Histórico de Quito. Durante la época garciana allí vivió la familia de Nicolasa, la coqueta hija de un decente médico colombiano y una noble dama quiteña. Los prejuicios de la época, la religiosidad excesiva, las traiciones políticas y la tozudez del gobernante se van entrelazando en un relato fluido y ameno que el lector no puede soltar. En el correato, la casa la recibe en herencia un descendiente de aquellos, un burócrata ingenuo y nervioso que tiene la obligación de preparar la presentación para que el presidente se luzca al exponer en la sabatina su plan de “La caja de herramientas para la salud mental del buen vivir”. Casado con una enfermera un poco putona y mal vista por su tía, este vivirá más de una peripecia. Ortiz logra, sin perder el hilo de toda buena novela, narrar con seriedad y buena pluma la historia de la primera época, mientras hace derroche de exquisito humor en la más reciente.

Escrita en capítulos cortos pero intensos, la novela de Benjamín es de las que llegan para quedarse, seguro que al igual que la de Diego pronto saldrá la segunda edición.

Hace años, la función de cine que en la mañana del domingo proyectaba películas para niños valía la mitad. Los anuncios que publicitaban la vermouth, que así se llamaba este evento, solían decir: ¡Gancho, dos con un boleto! Pues lo mismo puedo decir: ¡No se pierda A la sombra del magnolio. Gancho, dos buenísimas novelas en una! (O)