Una estampa de nuestra realidad actual está pintada por homosexualismo, aborto, sicariato, multifacética corrupción, falta de trabajo, pobreza, ladrones de cuello blanco, en grandes hoteles extranjeros, defensores de comunidades marginadas en cárceles.

Muchos señalan diversas causas; pocos señalan una, que exige más que leyes: la antropología. Actuamos de acuerdo a nuestra imagen e identidad que conocemos. Los humanos estamos actuando de acuerdo a dos imágenes de nosotros mismos:

Una, la pintada en el Génesis, primer libro de la Biblia: un ser material, que surge del limo de la tierra, en el que Dios insufla un espíritu inmortal.

Las más recientes reflexiones acerca de la antropología cristiana están en la Constitución Conciliar “Gozo y Esperanza”, recogidas por el magisterio universal de Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Señalo algunas: Dios, que es amor, saliendo de sí mismo, da consistencia a las galaxias, a sistemas solares, a la Tierra, a los diversos seres que, en el inconmensurable proceso de la creación, van surgiendo. Dios, insuflando en una creatura su Espíritu inmortal, forma al hombre a su imagen y semejanza; lo hace colaborador: con él sigue creando. La creación es el libro fundamental de la ecología.

El hombre es parte de la creación, corona y guardián de la misma. Tiene su propio “yo” irrepetible, insuprimible; en él bulle una sed de ser y de crecer en el encuentro con otros “yos”. Satisfacer esta sed es su primer derecho y obligación. El negarse a satisfacerla es su irresponsabilidad radical consigo mismo.

El yo humano se esteriliza, encerrándose en sí mismo; está llamado a encontrarse con otros yos en el mundo creado, dando su aporte y recibiendo complementaciones, se encuentra para crecer, no para ser suprimido. El hecho de que el hombre es irrepetible e insuprimible tiene un nombre: dignidad de la persona humana.

Otra antropología.- La raíz principal de esta es la afirmación, según la cual el hombre es solo un poco de materia casualmente organizada; materia que sigue organizándose, sin una motivación y sin un objetivo externo y permanente. De acuerdo con esta raíz, no habría persona, habría solo una masa sin rumbo, porque persona es precisamente ese “yo” irrepetible, insuprimible. Esta antropología encierra al hombre en sí mismo, en el hoy y el aquí; por ser encerrada, es recortada e incoherente. El materialismo científico niega la libertad; una de sus expresiones, el biologismo, niega la igualdad, al defender la imposición del más fuerte. La antropología, que algunos llaman “moderna”, ataca la naturaleza relativa a lo humano, promoviendo el aborto, la revolución sexual, etcétera. En contraste, defiende la naturaleza, la ecología relativa a plantas, animales, clima. En esta humanidad meramente material y casual, sin objetivo propio, junto a la desaparición de la persona, desaparece el respeto a la vida; desaparece igualmente el valor de la familia, cuna de la vida. “La pérdida del valor de la familia está conduciendo a un suicidio de la humanidad”, afirma Juan Luis Lorda, profesor de Antropología. Urge actualizar el dolor de pensar. (O)