El pasado día jueves se hizo oficial el anuncio de que la Real Academia Española ha decidido incorporar el término “posverdad” en el Diccionario de la lengua española a partir del próximo mes de diciembre, habiéndose sugerido que la palabra posverdad incorporará todas las “informaciones y aseveraciones que no se basan en hechos objetivos sino que apelan a las emociones, creencias o deseos del público”. La posverdad fue distinguida (post-truth) el año pasado por el Diccionario Oxford de la habla inglesa con el título honorífico de la palabra del año.

En la práctica, la novedad respecto de la posverdad se dio a partir del triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, con la idea de que los hechos objetivos “son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales”, lo que lleva a la existencia de creencias las cuales en muchas ocasiones son tomadas como verdades inobjetables aunque en realidad sean falsas; en otras palabras, podríamos interpretar a la posverdad como información falsa o información que se siente “verdad” pero que no se apoya en la realidad, o también como una mentira asumida como verdad pero reforzada como creencia o como hecho compartido en una sociedad. En ese contexto, la posverdad se presta evidentemente para todo tipo de manipulación imaginable, razón por la cual muchos académicos consideran que es arriesgado el uso generalizado de un concepto que trata de normalizar la mentira, por lo que ahora en lugar de decir información falsa, se podrá hablar novedosamente de la posverdad.

La posverdad se presta evidentemente para todo tipo de manipulación imaginable, razón por la cual muchos académicos consideran que es arriesgado el uso generalizado de un concepto que trata de normalizar la mentira...

A partir de dicha discusión se ha señalado que el gran reto de los medios en esta era digital es verificar la información y contrastar las fuentes, tarea que no es nada fácil si se toma en cuenta la cantidad de información que circula en las redes sociales, a lo que se debe agregar un dato relevante: la posverdad va a penetrar con mayor facilidad en aquellos segmentos que culturalmente “necesitan” aceptar determinada información como verdadera más allá de su evidente falsedad. Un escritor español da una de las definiciones más certeras respecto de la posverdad al definirla como “la mentira de toda la vida agigantada por las armas comunicacionales de hoy”, es decir que la posverdad vendría a ser “la mentira en toda su gama: la mentira propiamente dicha, la verdad a medias, el chisme, la patraña, la calumnia”, definición que nos permite aseverar que existen variadas exhibiciones de posverdad y que en el caso específico ecuatoriano, hemos asistido en los últimos años a una vigorosa demostración de esta.

Me refiero al hecho de que en la última década el país se acostumbró a la posverdad esgrimida desde el poder y que importantes sectores sociales la asumieron como un hecho cierto e incontrastable, a tal punto que la aseveración de que “esto ya es leyenda” pasó a ser casi una muletilla de autoelogio y narcicismo en plena demostración de la posverdad convertida en propaganda política. Sobra material para seguir discutiendo sobre la posverdad en el Ecuador en el periodo del correísmo. (O)