Un elemento distintivo del régimen correísta, sin duda, fue la vigencia del llamado pensamiento único, es decir, el predominio –aupado desde la esfera del poder– de una visión económica, social y política sesgada y, por lo tanto, sometida a un fuerte corsé ideológico llamado socialismo del siglo XXI que pretendió posicionar verdades absolutas, muchas de ellas elevadas a la categoría de evangelio.

Por lo mismo, durante esta última década el espacio destinado para la crítica encontró dificultades en el país, llegando incluso a afectar su esencia y riqueza transformadora; pues el disenso, que es un elemento vital dentro de todo régimen democrático sano, no solo que fue despreciado sino que despertó en la mente afiebrada de más de un despistado ‘revolucionario’ infundados temores y recelos, que los llevó a observar fantasmas y enemigos internos y externos donde no los había, pero que en su fantasía conspiraban y amenazaban a diario a ese proyecto político que hacía caminar a la espada de Bolívar por los polvorientos senderos de América Latina.

En esas condiciones, es evidente que el intercambio de opiniones de forma abierta y sincera entre los diferentes actores de la sociedad y el Gobierno estuvo contenido durante una década. Tanto es así que el presidente Lenín Moreno es quien plantea, como punto de partida de su gestión, el establecer un gran diálogo nacional que permita a los ecuatorianos, más allá de sus diferencias ideológicas, aproximarse unos a otros y encontrar puntos de acuerdo y de coincidencias mínimas que ayuden a definir una hoja de ruta que nos encamine por la senda del crecimiento y desarrollo económico por ahora en franco deterioro, al tener que pagar la onerosa factura que deja la resaca llamada milagro ecuatoriano (cuya receta fue un compulsivo gasto público y agresivo endeudamiento).

Sin duda, es el momento de sumar esfuerzos y de enmendar rumbos. Los estrechos resultados obtenidos el pasado 2 de abril, antes que evidenciar una aplastante victoria de la revolución ciudadana, lo que devela es un país fragmentado. Recordemos que el binomio oficialista ganó con el 51,16% de los votos frente al 48,84% que obtuvieron sus contendores.

Así, el diálogo nacional se convierte en una necesidad impostergable que no puede ni debe excluir a quienes manejan inclusive “agendas antagónicas”, pues forman parte de ese 49% de ciudadanos que se expresaron por un cambio en el último proceso eleccionario.

De ahí que quienes reprueban o hacen reparos, desde el propio oficialismo, a la iniciativa del diálogo nacional tienen una lectura política bastante limitada. No han entendido el momento histórico que vive el Ecuador y que pasa por sepultar aquellas visiones totalitarias y parciales que impulsa el pensamiento único.

Cuando el exmandatario Rafael Correa, por ejemplo, destaca editoriales como aquel que defiende un diálogo desde “el paraguas de la revolución ciudadana para saber dónde trazar las líneas rojas de lo no negociable…”; o existen expresiones de desubicados asambleístas que cuestionan la iniciativa al considerar que esta da “palestra” a la oposición, abre serias interrogantes sobre el paupérrimo papel que desempeñan nuestros políticos.

Es hora de dejar atrás aquellas voces destempladas para que muerdan en soledad su hondo resentimiento social. (O)