La histórica e hiperbólica equiparación de Cuenca con la mítica Atenas nunca ha tenido tanta evidencia física como ahora. Digo, pensar en la Atenas del Ecuador como símil de la capital griega donde se inició la historia de la civilización actual es solo posible si comparamos las ruinas del Acrópolis con el acceso norte a la capital azuaya: desolación, ruinas, destrucción, olvido, desmemoria, irresponsabilidad.

Solo que la majestuosidad del Partenón nos traslada a la Grecia clásica y sus invaluables aportes a las ciencias, y la emblemática avenida España nos trae a la realidad de una obra que ya bastante perjuicio ha causado a los comerciantes cuencanos de la Atenas del Ecuador: el inalcanzable e inacabable tranvía.

Así, el acucioso turista que se arriesgue a aventurarse por tierras morlacas, con un poco de inspiración imaginará el Erecteion y sus famosas cariátides, justo donde intentan sobrevivir los desesperados artesanos del mercado Plaza Rotary. O casi podrá recrear el teatro de Dionisos, el odeón de Herodes, el templo de Atenea, el monumento a Agripa, los Propileos o la Acrópolis, allí donde los azuayos veían antes las calles Gran Colombia, Mariscal Lamar y las avenidas de las Américas o Convención del 45.

No solo con la Atenas de Grecia es comparable la “a penas” del Ecuador: los complicadísimos embotellamientos que las ruinas llamadas “obras” provocan en el frágil Centro Histórico están a la altura de La Paz, Buenos Aires, Distrito Federal o Sao Paulo. Solo que nuestros personalísimos “trancones” son el producto de la falta de planificación, el tibio inicio de pequeñas obras distintas a las que permanecen abandonadas desde hace dos administraciones, o algún plantón improvisado para pedir paz en Medio Oriente.

Y para estar a la altura de las lejanas metrópolis, las cosmopolitas autoridades locales hacen gala de extensísimos periplos por el planeta, para recoger más ejemplos de cómo funcionan ciudades de verdad y así tener argumentos para contar a nietos y bisnietos sobre lo que vieron y nunca lograron hacer en la tierra que los vio nacer.

¿Saben cuál fue la reacción del alcalde de la “a penas” del Ecuador a una grave denuncia de corrupción en la empresa municipal Etapa y que tiene tras las rejas a su gerente general? Anunciar el adelanto de su retorno de Gran Bretaña, donde asistía a un encuentro –especulo– sobre ciudades clásicas en ruinas históricas.

Así de asolada por plagas propias y ajenas está la ciudad “a penas” del Ecuador: con una megaobra que no tiene solución fija en el horizonte; con comerciantes que quiebran y ciudadanos que miran nuevamente en la migración la alternativa de salir del estancamiento y la falta de oportunidades; con una demagogia en la administración local que nos hace creer que estamos insertados en el circuito planetario solo para justificar sus siempre improductivos viajes al exterior. Y con unos casos de corrupción, como el de tráfico de influencias en Etapa, que nos regresan a la realidad del manejo de la cosa pública con intereses personales y familiares.

Y ya superado el espacio para la ironía, es necesario que como ciudadanos dejemos de ser animales de costumbres; no nos merecemos vivir así: mal acostumbrados, mal tratados, mal atendidos.

Es hora de despertar. (O)