Meternos en las hendijas de nuestra geografía es un pasatiempo que pone a prueba comportamientos y sentimientos: búsquedas, incertidumbres, perplejidades, dudas y certezas, información y carencia de ella, bondad de las rutas, clemencia del tiempo y, de manera especial, sueños que se busca hacerlos realidad. Con este equipaje empezamos una nueva y reciente travesía.

Con mi compañera de ruta decidimos viajar por tierra dentro del país. Los aviones, en Ecuador, no son una alternativa placentera. Nos gustan los cuatro-ruedas porque ofrecen la seguridad de estar sobre la tierra y saber que la tierra es nuestra y se halla a muy poca distancia de nuestros asientos. Compromisos personales nos obligan a dirigirnos a la serranía. Los setenta años de Magolita y los cuarenta años de los graduados del Cardenal Spellman (1977) son motivos para visitar la Carita de Dios. El porqué es muy claro, falta el por dónde. A Quito se puede viajar por Manabí, Esmeraldas, Santo Domingo, Bolívar o Chimborazo, como rutas principales. Escogemos Bolívar, ya les cuento el porqué.

Me place estar medianamente informado. Lo hago en las madrugadas. Me gusta saber en qué mundo amanezco. En esta faena, un buen día, me percato de que en la provincia de Bolívar existe un pueblito llamado Santiago que guarda dos atractivos muy suyos: el Santuario del Señor de la Salud y uno de los molinos de grano más viejos del Ecuador, molino de piedra accionado por agua. ¿Dónde queda Santiago? A cinco kilómetros de Chimbo y a quince de Guaranda es la información. Hemos pasado Chimbo. Estamos ya en la meta.

Santiago es una joyita. Un pueblito anclado en el tiempo y en el espacio. No sé cómo fue; posiblemente en el futuro siga siendo como es ahora: pequeño, sereno, acogedor, elegante, limpio, hermoso con sus casas de ayer y también de hoy, su parque, su gente, su iglesia y su historia. El templo está consagrado al Señor de la Salud. Un peregrino domiciliado en Guayaquil nos dice: “Yo soy de aquí, soy un milagro viviente; esta pierna debió ser amputada; cuando iban a hacerlo, salté de la cama y caminé”. Tenía 11 años. El Señor me había curado, nos relata con palabras que son un himno de fe. Los óleos de Ivo Mora prestigian este lugar sagrado.

El templo no guarda proporción con el número de habitantes de Santiago, pero es insuficiente para recibir a los peregrinos que cada primer sábado y domingo de julio lo visitan para pedir el bien por todos deseado: la salud. Atrévanse, amigas y amigos de esta columna, a recorrer la Ruta de los Santos: San Simón, San Lorenzo, San Santiago, San Vicente y San Miguel. Ecuador nunca deja de sorprendernos. En estas semanas se cosechan en Bolívar, quizá, los choclos más sabrosos y grandes del Ecuador. Bolívar es una provincia forrada de maíz, un espectáculo imponente para los cinco sentidos.

Nuestro itinerario Guayaquil-Babahoyo-Montalvo-San Pablo-Guaranda-Chibuleo-Santa Rosa-Ambato está cubierto. Pernoctamos en Ambato porque abrazarse con la familia es una potente recarga de alegría y optimismo.

“No hay tierras extrañas. Quien viaja es el único extraño”, Robert Louis Stevenson. (O)