El 6 de febrero de 1997, el expresidente ecuatoriano Abdalá Bucaram Ortiz fue destituido por mayoría simple del Congreso, aduciendo “incapacidad mental para gobernar”. La decisión fue el epílogo de un acelerado deterioro de la situación política, de la creciente impopularidad del mandatario, de las manifestaciones multitudinarias en Quito pidiendo su renuncia, de la incidencia interesada de ciertos líderes políticos y comunicadores, y de la grave crisis económica que ya se incubaba y que reventó en el feriado bancario. El “diagnóstico clínico” de los legisladores no apeló a la evaluación de ningún psiquiatra, y el curioso episodio tiene un antecedente importante en “la locura del rey Jorge III de Inglaterra”, momentáneamente cesado por el Parlamento en 1788 y reintegrado al trono en 1789 cuando se recuperó gracias a los cuidados del doctor Francis Willis. Según los documentos históricos, no hay duda de que el monarca inglés estuvo realmente loco, al punto de que posteriormente recayó y finalmente tuvo que abdicar. Pero nadie podría certificar clínicamente lo mismo de Abdalá.

El episodio del rey fue objeto de un minucioso análisis por parte de Michel Foucault, en las primeras lecciones de su seminario ‘El poder psiquiátrico’ de 1973-1974. Allí, Foucault planteaba el acontecimiento como uno de los puntos de origen de la psiquiatría moderna, y la naciente psiquiatría como un “poder disciplinario” al servicio del poder político vigente. Además, el suceso inspiró una obra de teatro y una película notable, dirigida por Nicholas Hytner, y protagonizada por el premiado y desaparecido Nigel Hawthorne como el rey, y una Helen Mirren cada vez más hermosa a medida que envejece, encarnando a la reina. En 1788, el Parlamento inglés no contaba con peritajes psiquiátricos para suspender al monarca, porque la especialidad recién se gestaba en esa época y al mismo tiempo en Inglaterra y en Francia, con la revolución que creó los hospitales exclusivos para alienados. Pero en 1997, el Congreso ecuatoriano hubiera podido apelar al veredicto de al menos tres peritos para justificar su decisión. ¿Por qué no lo hicieron? ¿Y por qué la psiquiatría ecuatoriana jamás ha dicho oficialmente “pío” sobre el tema?

La destitución de Abdalá no tuvo mucho que ver con su locura supuesta. El “diagnóstico” legislativo fue un atajo para complacer diversos intereses, sobre todo algunos que nada tenían que ver con la Constitución ni con la democracia. El episodio histórico (o más bien histérico) de “la locura de Abdalá” condensa la inconsistencia de nuestras instituciones y la congénita atrofia de nuestra política, persistentes hasta hoy. Además, el tema interroga la función y el lugar de la psiquiatría ecuatoriana frente a la sociedad. Tenemos una Asociación Ecuatoriana de Psiquiatría, habitualmente dedicada a la actualización regular de sus asociados en la prescripción de los psicofármacos de última generación, pero crónicamente desinteresada en discutir cualquier tema que concierna a nuestra vida social, política y cultural, incluyendo el del sentido que deba dársele a la inasible noción de “salud mental”. ¿Qué pensamos los psiquiatras ecuatorianos de los artículos 141 - 143 del inminente Código Orgánico de la Salud (COS), que pretenden regular (de modo brevísimo) las prácticas en “salud mental y psicológica”, sin molestarse en definirla? (O)