Qué dichosos pudieran ser muchos padres en este día si sus hijos recordasen que es el Día del Padre. No requieren de un regalo, pero sí de un saludo o su visita; para ellos su presencia sería mucho más que un gran obsequio.

Como padres que son, a Dios le piden que a sus hijos los colme de bendiciones. Su misión ya la cumplieron, dándoles casa, ropa, comida y estudios. Y hoy, en el ocaso de sus vidas, doblegados por el peso de los años, con sus carnes arrugadas y su cabellera blanca, qué arrepentidos se han de encontrar del mal negocio que hicieron de no haber criado cerdos para vender, que haber criado hijos para el olvido.

Tú comprendes, padre mío, la ingratitud de esos hijos ahora que ya están creciditos. Pero nunca se imaginan que con la misma moneda que hoy le pagan a sus padres pueden cobrar cuando llegue su vejez si llegan a tener suerte o desgracia como la de sus padres. (O)

Walter Sánchez Rodríguez,
CPA, Guayaquil