En estos días, los robos de luminarias y cables en los parques y calles han ocupado espacio en los periódicos y en los noticiarios de radio y televisión. El problema es más que evidente cuando estos lugares permanecen a oscuras, convirtiéndose en zonas apetecidas por los delincuentes, que lo son tanto los que se llevaron las luminarias y los cables como quienes los compran.

No son los únicos bienes públicos que desaparecen en manos de ladrones, también se llevan las tapas de las alcantarillas y hasta las cámaras de los radares de la Agencia de Tránsito Municipal. Todos esos bienes están destinados a hacer más fácil y saludable la vida en la ciudad.

Los seres humanos desde muy temprano en su historia han buscado protegerse de los impactos negativos de la naturaleza, primero, y un lugar estable para descansar luego de las jornadas dedicadas al cultivo y a la cosecha, poco después, surgieron entonces las aldeas, un espacio definido en el que construían sus viviendas permanentes y donde encontraban abrigo y agua. En esta etapa era indispensable tener cerca tierra cultivable para obtener los alimentos. En la agricultura se sustentaba su economía.

Más tarde, la técnica permitió que se desarrollaran medios de transporte, que hicieron que la cercanía con el campo no fuera indispensable, y con la revolución industrial y la aparición de la máquina a vapor se pudieron conseguir alimentos y agua aunque no estuvieran cerca. Las ciudades se volvieron entonces complejas, diversas y de crecimiento incontrolable.

Hoy, la era de la tecnología de la información ha transformado la economía, producido un impacto ambiental sin precedente y las ciudades tienen el reto de sustituir actividades, reordenar el uso del suelo y responder a la necesidad de aumentar la cobertura de los servicios básicos. Han crecido en ellas las desigualdades de ingreso y de acceso a las ventajas de la urbe y los habitantes se han vuelto cada vez más individualistas, pensando siempre en el bienestar propio y no mucho en el bien común.

Sin embargo, una ciudad es, sobre todo, el sitio donde se establecen relaciones de convivencia y donde hay que aprender que los espacios públicos son de todos, nos guste o no. Cada luminaria robada, cada clave sustraída, cada cámara de control que se pierde y cada alcantarilla que desaparece son un peligro para todos y cada uno de los habitantes de la ciudad, incluidos los responsables del daño.

El largo camino recorrido hasta formar las ciudades de hoy tiene un denominador común, son espacios para las personas y su bienestar, al volverse complejas se debieron crear normas que enmarcaran la convivencia, entre ellas, las destinadas al control de los bienes públicos a las que hay que acudir para sancionar a los culpables de los hechos que comentamos, pero también hay la responsabilidad común de trabajar para desarrollar una cultura ciudadana que nos permita convivir con seguridad, orden, paz y dignidad. (O)