El novelista Isaac Rosa publicó el 9 de junio, en el suplemento cultural Babelia del diario El País, de Madrid, el artículo “Se busca heterodoxo”, dedicado al escritor Juan Goytisolo, recientemente fallecido en Marrakech. Entre otros aspectos, Rosa destaca de Goytisolo su cualidad de haber sido un abanderado de la heterodoxia radical en la cultura española, pues a lo largo de su vida, gracias a su capacidad saboteadora y desarraigada, disintió sin concesiones con las doctrinas oficiales. Ante las tradiciones perniciosas y costumbres huecas, Goytisolo llamó a aplicar “la dinamita o el purgante”. Según Rosa, Goytisolo es un escritor libre, lúcido y furioso.

He comprendido que la heterodoxia –el discrepar con sistemas políticos y filosóficos, la disconformidad con prácticas admitidas– es fundamental para darle profundo sentido a los actos cotidianos. Por eso he copiado el título del artículo citado porque el futuro del Ecuador también depende de que los ciudadanos sean heterodoxos: que bajo ninguna circunstancia acepten la somnolencia a la que nos conduce toda forma de poder. Y no me refiero solamente al muchas veces siniestro poder estatal –al que hay que combatir cuando es autoritario–, sino al poder que se agazapa en toda institución: en la familia, en la escuela, en el trabajo.

Una característica de la revolución ciudadana liderada por el expresidente Rafael Correa fue precisamente disciplinar a los ecuatorianos mediante el uso extremo de la violencia jurídica. Esto será juzgado como uno de los actos más atroces de su gobierno, pues la indefensión en que puede quedarse una persona ante ese gigantesco aparato al servicio de la ortodoxia presidencial fue –¿es?– francamente indecente y vergonzoso, indigno de un demócrata. Frente a cualquier manifestación tiránica, la heterodoxia es una vía legítima para enfrentar las imposiciones de aquellos ortodoxos que están convencidos de que nunca se equivocan.

La heterodoxia se relaciona con el espíritu crítico, que debería ser la principal materia de la educación en escuelas, colegios y universidades, pues ser críticos, en primer lugar, anima a ser autocríticos, obliga a reconocer en humildad los límites que cada uno tiene y, por tanto, a darse cuenta de que a veces lo que se anhela puede parecerse al delirio o a la locura. Se trata de dar mayor valor a las opiniones que se apartan de lo acostumbrado, que rompen con lo establecido. Es obvio que las normas permiten y controlan la relación social, pero para practicarlas deben estar delimitadas por la creatividad y la decisión personal.

¿Será que con más heterodoxos el país contará con mejores trabajadores, mejores estudiantes, mejores hijos, mejores funcionarios, mejores gerentes, mejores profesores, mejores profesionales, mejores militares…? ¿Es posible la existencia de políticos que atenúen sus intereses personales y partidarios y que confíen en una ciudadanía formada por personas libres y lúcidas y, por qué no, furiosas de cuando en cuando? La ortodoxia del mandato presidencial anterior ha producido inmensos daños institucionales al país. La heterodoxia de Goytisolo terminó en Marrakech, pero bien que nos hace falta que se multipliquen ciudadanos libres, lúcidos y furiosos. (O)