Verónica Coello Moreira

Hay obras literarias que valen la pena leerlas y releerlas. Hace poco, George Orwells guiñó su ojo y me escabullí en La rebelión de la granja. Estuve presenciando cómo los cerdos promovieron un estado igualitario, ofreciendo que las oligarquías no se robarían su trabajo y ellos serían sus propios amos. Manejaban un discurso tan refrescante y atractivo que lograron su objetivo. Los vi izar su bandera verde y armar unos “mandamientos” de comportamiento que mantendría el nuevo orden establecido, aseguraban.

Al principio noté que muchos estaban contentos, conformes, y hasta agradecidos con este nuevo estilo. Sentían que el cambio los beneficiaba y se empezó a correr el rumor de esta nueva forma de gobernar que generaba temor en muchos lugares de la región, pero los temores externos eran acallados hacia el interior con constantes informes sobre el aumento de los beneficios y ausencia de problemas con los que lidiaban en el pasado.

Pero, de repente, se empezó a notar ciertas pugnas entre quienes dirigían esta rebelión, así que rápidamente fue desterrado quien se oponía, apareciendo perros tan fieles como enormes, que con sus gruñidos amedrentaban cualquier duda que se atreviera a aparecer. Llegaron cerdos nuevos, unos se encargaban de mantener el entusiasmo sobre el proyecto revolucionario y recordaban constantemente lo bien que funcionaba, otros, se fueron encargando de diferentes áreas administrativas ya que ellos eran los más intelectualmente preparados, y cuando alguna duda surgía, aparecían las ovejas que repetían las consignas revolucionarias e impedían que se escuchara cualquier voz destemplada llena de cuestionamientos.

Poco a poco, las inviolables normativas para vivir en comunidad fueron sufriendo ciertas variaciones y acomodamientos que justificaban el comportamiento de los cerdos, quienes, poco a poco, se asemejaban al sistema del que tanto se habían querido liberar en un inicio.

Por otro lado, los animales de trabajo, quienes nunca dejaron de esforzarse un poco más, para cumplir con sus obligaciones pese a recibir un poco menos cada día, solo esperaban su jubilación para poder dedicarse a descansar y disfrutar de las raciones que les correspondían, según la normativa establecida al comienzo de este cambio revolucionario, donde se ofrecía que la vejez estaría asegurada y era prioridad. Pero cuando sus ancianos fueron traicionados y esa jubilación nunca llegó, empezaron a sospechar que habían sido engañados en un sueño del que empezaban a despertar.

Sin embargo, habían pasado muchos años, la granja ya tenía nuevas generaciones que desconocían cómo era la vida antes de que los cerdos llegaran con su ideología. Habían cambiado la historia haciendo creer que antes de ellos no existía nada, volvieron enemigos públicos a quienes fueron amigos en privado, e inventaron una persecución contra la que los animales de trabajo tenían que mantenerse en una constante lucha, mientras los revolucionarios engordaban a costillas de su trabajo.

Finalmente todos se confunden en una gran comilona, mientras los hambrientos animales de carga miran desde lejos, repitiendo mentalmente el nuevo mandamiento de convivencia “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.

Esta obra fue publicada en 1945, pero temo que aún sigue vigente.

(O)