Las crisis tienen dos caras. Una de ellas genera tensión, incertidumbre y desazón, pero la otra: oportunidades y nuevas miradas en torno al futuro. Eso pasa ahora con la posición endogámica y confrontacional que plantea Donald Trump para su país de cara al mundo. La manera como abordó su déficit comercial con Alemania o la salida del acuerdo de París sobre cuestiones medioambientales ha generado nuevas alianzas en ciernes entre potencias emergentes como China y Rusia que pueden verse favorecidas por un país como Estados Unidos que mira más a la primera como adversaria en el terreno del comercio mundial. Trump tal vez sin quererlo está desmantelando un imperio construido sobre el comercio, la apertura, globalización, bloques y capacidad de asumir los costos militares de su condición de tal. Ahora se cierra para adentro y emergen nuevas opciones para países como los nuestros, construidos sobre la sombra larga de esta república imperial que surgió hegemónicamente luego de la Segunda Guerra Mundial.

El acercamiento de México a China y Alemania nos muestra una nueva dinámica que puede cambiar por completo el mapa mundial. Visiones económicas que pueden coincidir emergiendo sobre la tremenda confusión que tiene Trump en torno a la dimensión que tiene su país en el mundo, no fuera de él. No es concebible un EE.UU. sin inmigrantes, sin comercio abierto sin asumir responsabilidades globales. No podrá tampoco imponer un modelo mientras se retraiga y pretenda proyectar hacia el mundo una visión de matón prepotente que quiere que lo respeten sin respetar a nadie. El viaje a Europa ha sido más que elocuente acerca de las limitaciones del actual gobierno de entender el multilateralismo y los compromisos globales. No me extrañaría que pida su salida de la OEA y la ONU muy próximamente para acabar esta tarea de zapa consistente y concreta que está destruyendo las bases de su país y su proyección mundial.

Para un subcontinente cuya política ha estado siempre construida en relación a EE.UU. para bien o para mal, esta es una oportunidad singular para plantear nuevas miradas amplias que profundicen las fortalezas regionales sobre la debilidad norteamericana en estos frentes. Hay mucho por hacer en el comercio interregional y grandes caminos por recorrer para hacer “la patria común”, como lo aspiraban varios lideres regionales. No hacerlo será una nueva oportunidad perdida y mostrará en realidad que varios gobiernos solo usaron el anti-Estados Unidos como una fórmula para justificar gobiernos autoritarios y corruptos.

De nosotros depende ahora más que nunca nuestro destino. No hay más pretextos ni justificaciones reales o inventadas. O aprovechamos esta oportunidad que se abre o volvemos a mostrar nuestra adolescencia perpetua afirmando que la pobreza y la corrupción existen porque el gobierno norteamericano lo alienta y sostiene.

Es tiempo de los innovadores y creativos en política exterior. La bandeja está servida, dependerá de nosotros preparar un menú distinto para una proyección diferente. (O)