Cultura fue una cartera compleja del Gobierno saliente. Diez ministros en una década iniciada por Antonio Preciado con una política cultural pregonando inclusión. La negritud marginada soñó con un estadio superior; festejó esa oportunidad de sacar esa cultura del centro, llevarla a recorrer la periferia para corearle ese “…sin negro no hay guaguancó” de los hermanos Lebrón penetrando por todas las ventanas, mensaje ideológico-político-étnico reivindicando años de exclusión cultural. Cultura es; “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico…” (RAE). Etnográficamente ese todo complejo de saberes, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y demás hábitos o capacidades adquiridas por el hombre (Edward Tylor). Según la historia, toda la memoria y herencia social. También permite reflexionar sobre sí mismo, discernir valores, buscar nuevas significaciones (Unesco).

La cultura no llegó a las zonas suburbanas del país, no se promovió la lectura, cuando pudimos emular a Cuba, Argentina, Uruguay, Chile, entre otros países, donde leer en parques, cafés, metros, buses, forma parte del paisaje cotidiano. En tiempos de esclavitud muchos cautivos se ingeniaron por mantener viva su cultura y además aprendían a leer y escribir con las letras de su esclavizador. El cautiverio era corporal, no mental; prepararse era otra forma de luchar. Hoy, computadores y iPhones “esclavizan” a muchos, la institución cultural no despierta el interés por el libro, no hay facilidades para que sectores populares se nutran del repertorio cultural. Existen e-books, pero la tecnología distrae, sumado a una brecha informacional-digital que desfavorece a los afroecuatorianos.

En lo cultural, la negritud ecuatoriana recibió ciertas acciones afirmativas, el reconocimiento a Papá Roncón y otros artistas, la gestión prodesignación de la marimba como patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco. Pero no solo de marimba y guaguancó vive la negritud; también de producción, economía, trabajo, más oportunidades de crecimiento , de integrar filarmónicas, sinfónicas, ópera, pintura, escultura, cine, y otras expresiones artístico-culturales por desarrollar. La negritud necesita abordar más espacios, sacudirse de esa marginalidad limitando sus acciones solo a nichos populares. Tenemos excelentes percusionistas, formemos saxofonistas, pianistas, clarinetistas; existen bailadoras, preparemos balletistas y danzarinas; buenas cantoras de arrullo, currulaos, capacitémoslas como sopranos. Que más jóvenes pobres talentosos lleguen a la Universidad de las Artes. La nueva ley de Cultura traza una nueva ruta; ojalá apoye a gestores como Norma Rodríguez, folclorista, diseñadora, declamadora, con aptitudes para representarnos mundialmente; decimeros como Línver Nazareno, manteniendo viva nuestra tradición oral, entre otros artistas.

Un año duró el ministro sin cambios cualitativos para la periferia. Para su descargo, sus sucesores tampoco lo hicieron. Como si un extraño “encantamiento” impidiera a un vasto sector ciudadano poder desarrollar su juicio crítico a través de la cultura, ¿será para ser manipulables como clientes políticos? ¿La nueva cabeza ministerial requerirá una “limpia” con ruda, aguardiente y verbena del Chimbo* del poeta? Diez años después el estribillo retumba con mayor fuerza, ¿las nuevas autoridades escucharán? (O)

*Poema de Antonio Preciado.