Se conoce que el Gobierno Nacional prepara un Plan de Desarrollo 2017-2021 que definiría los objetivos a alcanzar en ese periodo y las estrategias que facilitarían su consecución. Dicho Plan debería, entre otros aspectos, apoyar el correcto funcionamiento de los mercados, bajo un principio esencial: favorecer un mejor Estado y un mejor mercado, sin llegar a contraponer esas dos esferas, en ningún caso excluyentes.

No se trata de sustituir una por otra: se trata de viabilizar la expansión del aparato productivo en condiciones de sustentabilidad y más equidad, lo que se consigue cuando los agentes involucrados, Estado, empresarios y trabajadores, cumplen a cabalidad las funciones que competen a cada uno y solo esas, con eficiencia y respeto a los intereses de todos.

Esto exige consensos e intercambio permanente de ideas e iniciativas, dimensionando correctamente las condiciones de partida de la economía y las que prevalecen en los mercados internacionales, de los cuales es inconveniente excluirse. Exige también un Plan Global de Emergencia, vinculado al de más largo alcance. En ambos, aquella concepción de que se debería favorecer el proteccionismo y dinamizar al mismo tiempo las exportaciones, como aparecía en el Plan 2009-2013 debe descartarse de plano, pues por las características propias del comercio internacional actual y por los compromisos que el país ha asumido ante la Organización Mundial del Comercio (OMC), entre otras razones, es de imposible aplicación ¿Será esto viable si, en lo sustancial, la estrategia es la misma del periodo anterior? Ese es, en todo caso, un riesgo que asumiría la principal autoridad política del Gobierno.

El nuevo Plan será, además, referencial. Esto, porque en economías de mercado como la ecuatoriana (hasta ahora), las decisiones sobre producción e inversión corresponden a empresarios, emprendedores, pequeñas y medianas empresas, en un marco normativo apropiado (que no ha sido siempre el caso, al menos el más reciente), que no se contraponga a las bases en las que se fundamentan los sistemas de mercado, al margen de intereses corporativistas y malas prácticas distributivas. Esto se logra cuando hay un sano equilibrio y la participación ponderada de lo público: los enfoques extremos solo estimulan los conflictos y la ineficiencia económica y de las políticas sociales.

El reto para el nuevo Gobierno es complejo: de un lado, por cuanto las estimaciones de organismos oficiales (BCE) e internacionales (FMI, Cepal, Banco Mundial) sobre las perspectivas de su crecimiento para este año –y en algunos casos para el periodo– son al extremo modestas o definitivamente negativas.

He accedido a un trabajo reciente de una consultora privada, que desde hace casi dos años estima un nuevo indicador macroeconómico mensual de la actividad productiva, en volumen, el Imacro: los datos al mes de marzo 2017 muestran que si bien a partir del primer trimestre de 2017, las tasas mensuales negativas que se habían registrado tienden a modularse, lo que verificaba la desaceleración de la economía en los últimos dos años, al menos en ese mes –marzo 2017- , luego de 22 meses, se sitúa una (austera) tasa anual mayor a cero.

Decíamos entonces que una política comercial adecuada solo deriva de la disciplina macroeconómica, una regulación equilibrada y una apertura planificada (y esto, hay que lograrlo en plazos muy cortos). Hay que consolidar las exportaciones tradicionales pero sobre todo diversificar la oferta exportable por la vía de la reconversión tecnológica de las industrias.

En marzo 2017 –en términos brutos– el índice registra una tasa anual positiva (0,4%), que ajustada estacionalmente se reduce a 0,2%. Al analizar los componentes del índice, se establece que ese desempeño obedecería a que la actividad petrolera crecería en 2,2% anual, corregida la serie de variaciones estacionales. Según el perfil de este indicador, se colige que las dificultades que experimenta la economía no tienen origen en este sector y que la señalada modulación obedece a “inyecciones de liquidez”, esencialmente por el aumento de la deuda global.

Proestudios señala que el PIB entre enero-marzo de 217, comparado con el último trimestre del año anterior, decrecería en 0,9% y mantiene la estimación de -2.2% para 2016 y una caída de -0.5% del PIB para 2017.

Así, la deuda pública es justamente otro de los problemas que se enfrenta en la coyuntura. Subsisten discrepancias respecto de la versión del gobierno saliente sobre el peso de la deuda y sus condiciones de pago. Se señalaba que la deuda “consolidada” –metodología FMI– estaría alrededor, de forma gruesa, del 30% del PIB; no obstante, otras estimaciones la ubican, en total, en más del 50%. El método de estimación en este caso podría ser irrelevante, pues siendo su pago, como lo hemos dicho en otras oportunidades, un tema relacionado con los flujos de caja y el perfil de la deuda, el asunto tiende a complicarse, al menos si se evalúan, por ejemplo, las perspectivas, una vez más, del comercio exterior y de las inversiones que podrían llegar al país en estos años.

En una reciente nota difundida en EL UNIVERSO del 24 de mayo, 2017, hacíamos una serie de recomendaciones para la definición de una política de comercio exterior e inversiones. En dolarización el crecimiento de la economía depende esencialmente del saldo de la balanza de pagos. Por esto que uno de los pilares de la articulación indicativa que sugiera el Plan de Desarrollo debería ser el relativo a la política comercial, integrada en el contexto macroeconómico-estratégico que se supone incluirá dicho instrumento.

Decíamos entonces que una política comercial adecuada solo deriva de la disciplina macroeconómica, una regulación equilibrada y una apertura planificada (y esto, hay que lograrlo en plazos muy cortos). Hay que consolidar las exportaciones tradicionales, pero sobre todo diversificar la oferta exportable por la vía de la reconversión tecnológica de las industrias. Se proponía la creación de un Fondo de Reconversión Tecnológica, cuyo ámbito de influencia sería no solo la esfera de la producción de mercancías sino la de los servicios, cuyas posibilidades, sobre todo de generación de empleo, son muy altas.

Hay que cambiar los paradigmas: ello supone hablar de cambio e innovación. No existe la magia. Solo hay magos y percepciones, decía alguien. El cambio somos nosotros mismos.(O)