El flamante presidente está quemando sus cartuchos cuando la batalla aún no ha comenzado. Tratar de pasar de contrabando una comisión anticorrupción llena de amigos de los que estarán en más de una lista, no va con su precaria situación. Es un juego demasiado burdo, que pone en duda el cambio y la lucha contra la corrupción que anunció en el discurso de posesión. Es tan poco hábil que resulta complicado encontrar las razones que le pueden haber llevado a usar su primera rueda de prensa para hacerlo. Es impensable que el propio mandatario y sus asesores no hubieran previsto la reacción negativa que se iba a desatar, mucho menos si buena parte de ellos han transitado largamente por la política. No se puede atribuir a la ingenuidad propia de los debutantes. Las explicaciones deben estar en otro lado.

Probablemente sea el resultado del delicado equilibrio que se establece entre el fin del correísmo y la descorreización. Ciertamente, no debe ser sencillo desmontar un modelo político basado en la obediencia ciega y en la exclusión absoluta de los adversarios. Tampoco debe ser fácil enfrentar la peor lacra del anterior gobierno (si es que en realidad hay la voluntad de enfrentarla), especialmente cuando el suyo propio está lleno de exfuncionarios. En ese sentido, la configuración de la comisión expresaría el reconocimiento de los límites a los que está sometido el Gobierno. Si es así, quedaría claro que, por lo menos en el corto plazo, sería imposible avanzar algo más en ese y en otros campos. Seguramente, la esperanza de los rupturistas y pragmáticos dentro del Gobierno será esperar que pasen los meses para ir marcando las distancias. Pero, eso choca con el factor tiempo, que ellos no controlan y que más bien actúa en su contra porque en el horizonte siempre está la figura del líder dispuesto a entrar directamente en la escena.

Además, por simple sentido común se puede pensar que lo actuado en este campo podría repetirse en otros, como el de la economía con su deuda, su dolarización, su dinero electrónico y más temas sensibles. Puede ser que los estrategas pensaran que, debido a que a muchas personas –incluyendo algunos empresarios– no les importa la corrupción, era posible una salida como esta, pero deberían calcular que lo que se encuentra en juego es la confianza en el presidente y su gobierno.

En efecto, independientemente de las causas que llevaron a esa decisión, lo cierto es que con estas acciones le resultará imposible al presidente obtener credibilidad en esa otra mitad del país que no votó por él. Por el contrario, con esto se incrementa la desconfianza, ya que quedan en entredicho las ofertas de nuevo estilo y nuevos contenidos. La receta de cambiar todo para que nada cambie, no tiene cabida cuando un mandatario es débil. Lampedusa, en el Gatopardo, la pone en boca del joven Tancredi, revolucionario pero miembro de la poderosa aristocracia que, como tal, sabe que pase lo que pase mantendrá el control. Sin el control del poder, la jugada no funciona. (O)