Así, con título rotundo de una sola palabra, nace el primer poemario de María Auxiliadora Balladares, escritora de reciente hornada, aunque esté instalada hace años en la literatura, por sólida formación académica y vocación propia. Que sea su tercer libro y en género diferente de los anteriores (antes, Las vergüenzas, cuentos y Todo en un abrir y cerrar de ojos. El claroscuro en la poesía de Blanca Varela, ensayo), ya es un signo de su amplio frente de acciones literarias.

Cuando leo buena poesía vuelvo sobre viejas preocupaciones al respecto de la más antigua de las expresiones creativas con la lengua. La lírica está cargada de malos entendidos, de clichés repetidos hasta el absurdo, de esa ingenuidad proverbial que lleva a muchos a creer que balbuceos en líneas cortadas constituyen expresión poética. Y que los decires sentimentales y la sinceridad bastan para concebir versos que valgan la pena publicar.

Ahora, frente a un pequeño libro de cuidada edición, que contiene 42 poemas, recupero la confianza en la palabra poética, en su versatilidad y su permanente posibilidad de renovarse a sí misma. Libro en torno de una fuente común de aprehensión de la realidad, la condición animal de la vida es mirada en sí misma desde las voces de una variada cantidad de seres, así como es asumida por el hombre que contempla y comparte esa potencia.

Los animales son dichos –como no puede ser de otra manera– por una voz humana que trata de trasuntarse en cada especie: ¿qué diría el cerdo que se come a un hombre? (flecha directa al corazón del cuento “Era la mama” de Gallegos Lara), ¿cuál sería la confesión de una iguana que se queda viuda?, ¿cómo se lamentaría una araña atrapada en su propia tela? En cada ocasión hay una revelación, en cada vuelta de página, una sorpresa. Debe mirarse mucho la vida para escribirse así, debe pensarse cada gesto vital y someterse a la herramienta analítica –como sugiere el epígrafe de Derrida que abre el libro– para aunar sensación y palabra.

¿Acaso no diría el caballo desde su intenso su galopar “esto se llama libertad/ y la carga que arrastro/ se llama hombre”? Pero, así mismo, ese ser poderoso declara “quisiera tener manos/ sé que por mis patas/ son impensables los pactos/ o las despedidas”. La variedad de los sujetos poéticos es grande: hormigas, peces, leones, coatíes, ratas, langostas, ballenas, tienen voz propia y muestran, casi siempre, una lucha porque tienen sobre ellos la acción depredadora de otro ser más poderoso, metidos todos en la cadena destructora de la vida.

Cuando son las personas las que observan el accionar de los animales, chispazos de luz alumbran la vida humana: parecería que la mano acariciadora pudiera arrancarle palabras a la mascota amorosa, así como también puede fragmentar el ala de una mariposa viva. Los seres humanos, en interacción con los animales, cruzados de amplia animalidad pueden ser compañeros, cazadores, gratuitos destructores dentro de estos versos económicos y multiformes que se detienen sobre un comportamiento, que recogen una imagen sin intención –porque no se podría– de agotar el tema.

Hay que tener muy en cuenta a esta generación de escritores nacionales, que sin llegar todavía a los 40 años, ya tienen tanto que decir.

(O)