El dirigente izquierdista de la oposición italiana, Enrico Oliveri, decide desaparecer en vísperas de la campaña electoral, agobiado por las críticas que le caen desde todo lado incluyendo su propio partido, y por su derrumbe en las encuestas. Nadie sabe dónde está, y su joven ayudante Andrea Bottini busca al gemelo idéntico de Oliveri, Giovanni Ernani, un filósofo maniaco depresivo que acaba de salir de su último internamiento en el psiquiátrico. Giovanni es confundido con su hermano por un periodista, y entonces Bottini le propone que suplante a Enrico. El retorno de un bipolar hipomaniaco revitaliza el discurso del partido, relanza la campaña, convoca masivamente al público y gana las elecciones en Roma. Mientras tanto, Enrico ha redescubierto el amor y el placer en París, y las delicias de una vida sencilla y anónima, preguntándose qué hará su partido sin él, su fundador y mesías.

Es la trama de la premiada película italiana Viva la libertad (2013) de Roberto Andó, disponible en Netflix, y protagonizada por un Toni Servillo magistral –como siempre– en el doble papel. Con pinceladas de comedia italiana clásica, la cinta roza los fundamentos de la política, una práctica que consiste “en la reinvención constante de la realidad”, como dice uno de los personajes. Un ejercicio que solo produce políticos mediocres, cuando los electores son mediocres porque reclaman libertad pero no saben qué hacer con ella. Un mundillo en el que un psicótico con “el inconsciente a cielo abierto” (como decía Jacques Lacan), es el único que puede medio captar la verdad de los otros y devolverles un discurso que cuestiona a periodistas, políticos y electores acerca de su propio deseo. La política italiana y la de muchos países, una comedia nacional en la que un bipolar medio compensado al que no le interesa para nada el poder, la ideología y el patriotismo, podría ser un mejor gobernante que cualquier político profesional. Esta política, el engaño colectivo más grande, costoso y unánimemente tolerado.

Lacan solía decir que los psicóticos son los únicos seres humanos verdaderamente libres. Es decir, lo contrario de los políticos, que siempre serán esclavos de su adicción al poder. Aunque Enrico ha descubierto una nueva vida como empleado anónimo en París, ha reencontrado a una antigua novia y ha recordado los placeres de la cama, se pregunta si debe regresar para asumir su “responsabilidad histórica de salvar al país”. Aunque Giovanni se divierte todos los días subvirtiendo los estúpidos códigos de la política, y tomando el pelo a los infatuados intelectuales que pululan en ese mundo, él empieza a sentir que el poder es una estructura más carcelaria que cualquier manicomio. ¿Volverán a cambiar lugares los gemelos? ¿Qué profesión es aquella que concede tanto poder, al costo de perder la libertad y el deseo sin darse cuenta? ¿Qué sujeto es aquel que querría volver al poder después de haberse liberado de él? ¿Acaso la actividad política es –con frecuencia– la sublimación de algún cuadro clínico aún no descrito ni reconocido como tal? Viva la libertad, la película italiana y universal que todos los ecuatorianos deberíamos ver, para reconocernos en alguno de los diferentes personajes de esta divertida y trágica historia. (O)