Son sellos característicos de los empresarios agropecuarios, pequeños, medianos o grandes, su optimismo y perseverancia, pues aun en los más grandes infortunios no se arredran, más bien se fortalecen, por eso observan con gran dosis de credibilidad y confianza el advenimiento del nuevo gobierno, por más que teóricamente apunte a una misma tendencia, renace la esperanza que se darán mejores condiciones para un definitivo desarrollo del sector, con bienestar para todos sus protagonistas.

Pero se requiere un viraje conceptual sobre el significado de la agricultura ecuatoriana, comenzando porque se reconozca su real aporte a la producción, desechando el restringido criterio que solo asciende al 8 o 9% al PIB total, cuando, al decir de catalogados analistas como los actuales director general del IICA o el ministro de Agricultura de Uruguay, si se sumase la agroindustria y los servicios que ellas demandan, rebasaría el 20%. Además hay que aceptar que el 80% de las exportaciones no petroleras provienen del agro. Adoptar estas premisas es fundamental para la formulación de políticas públicas y las asignaciones presupuestarias que el agro requiere.

Basta de insistir que los productos agrícolas, los de consumo interno y los emblemáticos de exportación, son meras materias primas con mínimo valor agregado, cuando producir y exportar una caja de banano, por ejemplo, es una tarea de alta intensidad científica y técnica, como lo demuestra el empleo de plántulas clonadas, labores cuidadosas con el medio ambiente, conservación de suelos, uso apropiado de pesticidas, etcétera. Pero lo trascendental y dignificante es que constituyen fuente prolífica de empleo digno, sustento de miles de familias ecuatorianas. Iguales razonamientos son aplicables al plátano, cacao, café, flores de corte, camarón, pesquería, ganadería de carne y leche, forestación y cientos de ítems que esperan estímulos para proyectarse en corto lapso al mercado mundial, respuesta magnífica para sostener la dolarización.

Adicionalmente, hay que insistir que la agricultura es fundamental en la provisión de alimentos, así lo resume el pensador norteamericano Wendel Berry, cuando dice: “No importa qué tan urbana sea nuestra vida, nuestro cuerpo siempre dependerá de la agricultura”, sellando su pragmática afirmación con la frase “comer es un acto agrícola”, que concuerda con la motivadora expresión que circula en las redes sociales: “Al menos una vez en la vida necesitamos de un abogado, un médico, un arquitecto. Pero tres veces al día necesitamos de un agricultor”, lo cual debería ubicar a la actividad en el más alto nivel de preocupación estatal y privada, en la búsqueda del bienestar campesino, pues no “habrá seguridad alimentaria mientras existan agricultores empobrecidos” o insatisfechos por la baja rentabilidad rural.

Debe adoptarse una posición radical respecto de la valoración del sector, declarándolo de prioridad nacional para que todas las instancias que tienen relación con él, aporten a su crecimiento sostenido, esfuerzo no solo de la cartera de Agricultura sino de otras vinculadas, pero hay que devolverle competencias y recursos, que la conviertan en el motor del cambio que los agricultores anhelan. Una buena señal sería que cesen las desmesuradas importaciones de trigo, que compiten deslealmente con el maíz, atentando a su comercialización fluida, en perjuicio de los emprendedores que lo cultivan. (O)

 

Debe adoptarse una posición radical respecto de la valoración del sector, declarándolo de prioridad nacional para que todas las instancias que tienen relación con él, aporten a su crecimiento sostenido, esfuerzo no solo de la cartera de Agricultura sino de otras vinculadas...