El ejercicio de la política es quizá una de las tareas más complejas y arduas. También es una de las formas de vida del más alto nivel ético, pues representa la acción al servicio de la comunidad. Trabajar para los otros desde la intención permanente de construir y mejorar la organización social es, probablemente, uno de los objetivos más nobles para quienes pretenden trascender su individualidad. La política permite alcanzar las transformaciones sociales más importantes porque incide de manera directa en las condiciones de vida de la gente y, practicarla, es dejar de lado el cómodo y mullido ámbito privado para actuar en el gran y a menudo descarnado escenario de lo público, que es la casa de todos.

El aporte a la construcción del bienestar colectivo que cada ciudadano realiza desde sus actividades propias es también importante, pues contribuye al mejoramiento de la vida por el impacto de su conducta y sus acciones. El cumplimiento cabal de los diversos roles de los individuos en la sociedad incide, por supuesto, en el ámbito colectivo conformado por los diferentes niveles de la organización humana que van del núcleo familiar a la gran comunidad de pueblos a nivel internacional. Todos, de una u otra manera, contribuyen positiva o negativamente a la forma que adquieren las sociedades y la civilización. Muchas veces, individuos inmersos en sus realidades propias han aportado de manera decisiva a la transformación del mundo.

Sin embargo, la política es un atractivo irresistible para muchos, ya sea para servir a los otros o también para ejercer el poder y disfrutar de estilos de vida –atrayentes para algunos– que forman parte de ese espacio. Así, por un lado, a nivel discursivo, se encuentra la política como una de las formas excelsas del altruismo; y, por otro, como el lugar en el cual se ejerce el poder desde la desfachatez y la ambición disimuladas por la demagogia utilizada como mecanismo para encubrir la corrupción y medrar en el alevoso aprovechamiento de los recursos públicos. Inclusive, la política ejercida por la vocación de servicio se desenvuelve en un escenario marcado por la estrategia, el afán de mantenerse en el poder y las siempre presentes posibilidades de dejar de lado una personalidad definida por intenciones correctas, para vivir con desenfado circunstancias en las cuales lo que menos importa es la verdad, la honestidad y la decencia, que en el camino son reemplazadas por la impudicia y otras conductas, que desde la autojustificación adquieren, para quienes las practican, calidad de referentes morales.

Es por esto que la necesaria e indispensable acción de los políticos estaría en principio destinada para los espíritus más fuertes y las personalidades más recias y formadas, preparadas para resistir y no ceder a las frívolas y sugestivas posibilidades que el poder público ofrece a una parte de sus seguidores, que por su debilidad moral sucumben exultantes y satisfechos a esa decadencia que los envilece, volviéndoles adeptos irredentos de un modo de vida que los encandila hasta la ceguera. Estos no se ven a sí mismos y su mirada es distinta a la de la opinión pública que los juzga y condena. (O)