Usted llegó hace diez años a la vida política, ciertamente con las mejores intenciones de aportar al avance de una mejor vida para los ecuatorianos. Pero estaba contaminado por ese virus que le llevaba no a “aportar” su grano de arena, sino a querer imponer su visión del mundo… como un patrón de hacienda. Estaba ideológicamente sesgado a creer que el centro de la sociedad es la redistribución de la riqueza (obviamente necesaria para los que menos oportunidades tienen) sin que importen trabajo, esfuerzo y generación de recursos para financiarla, sino además contaminado de resentimiento, y el liderazgo con rencores es muy grave para las sociedades. Por eso, el Ecuador de hoy está más dividido, hay menos relaciones de confianza, cada vez queremos más un liderazgo mesiánico y no un liderazgo con el que caminemos juntos.

Usted ha insistido en los peligros de la doble moral. Muy bien, una sociedad debe construirse sobre bases éticas. Desgraciadamente ha sido el adalid de lo contrario, hay mil ejemplos. Uno, a pesar de estar rodeado de un enorme sistema de información que le permitía conocer hasta el último detalle de la vida nacional, nunca detectó los enormes cambios en la economía diaria de funcionarios públicos o cercanos. Otro promovió la idea de que solo los malos ciudadanos llevan su dinero afuera, pero fue el primero en hacerlo apenas ganó un juicio contra una institución bancaria. Más, insistió en la necesidad del derecho a la réplica en la prensa (casi el único tema valioso de la Ley de Comunicación), pero en sus sabatinas nunca abrió un resquicio para ese derecho y fue una ventana para insultar la honra de tanta gente.

Su manejo de la economía fue el de un nuevo rico temporal. Gastar todo el dinero del petróleo y endeudarse masivamente (¿qué hubiera sido su gobierno sin tanto dinero?). No es una gran estrategia, solo lo más fácil. Con tantos recursos, la economía creció... igual que antes; la pobreza cayó... igual que antes. Y esto porque cometió tantos errores estratégicos. Creyó que podíamos negociar un acuerdo comercial diferente con Europa, al final al apuro firmamos lo mismo que otros. Creyó que podía atraer minería con los más altos impuestos del mundo, y al final tuvo que cambiar la ley. Creyó que la Refinería del Pacífico era un maravilloso proyecto, y ahí están desperdiciados 1.200 millones de dólares, igual que otros cientos de millones en obras innecesarias. Creyó que los “fonditos” eran innecesarios y ahora los están tomando de otras entidades públicas o de nuestros ahorros bancarios. Emprendió en una pésima renegociación de deuda. Dejó que los venezolanos “nos vieran la cara” en petróleo. Ciertamente hizo escuelas, hospitales y carreteras (carísimas), y está muy bien. Pero la inversión privada es proporcionalmente menor y el empleo peor que hace diez años. Y nos acorraló con un Estado costoso y asfixiante: para la inversión, la libertad de comunicación, la justicia y la democracia sometidas. No fue una revolución ciudadana, sino del poder personal y de la propaganda.

Se va. Algunos lo extrañarán, no necesariamente los más pobres sino los que aprovecharon su manera de gobernar. Otros recordaremos estos diez años como un ejemplo de lo que no se debe hacer. (O)