“La república no se perderá porque el pueblo se ría de sus gobernantes, la república podrá perderse cuando sus gobernantes se rían de su pueblo”. La simple referencia de esa frase, atribuida al general venezolano Carlos Soublette y que fue citada por Lenín Moreno en su discurso de investidura, sugiere la distancia que pretendería marcar el nuevo presidente al menos respecto del estilo de su antecesor. Pero como ya se ha advertido, el cambio de estilo será pura anécdota si no se incorporan definiciones urgentes en abierta contraposición a varias creencias y postulados del exmandatario.

Precisamente en los últimos días de su gestión, Rafael Correa no tuvo reparos en lanzar a diestra y siniestra un sinnúmero de ideas y definiciones, algunas de las cuales pasaron casi inadvertidas sin perjuicio del atolondrado sesgo que llevaban consigo. Una de ellas tenía como destinataria la educación privada, pues luego de lamentar que no había podido cambiar la mentalidad de los “hijos de la burguesía”, Correa expresó en una de las últimas sabatinas que “la puñalada mortal para la democracia son estas escuelas privadas que básicamente es para diferenciar al resto, para enseñarles que ellos son superiores y seguir con la argolla y casar bien a los hijos y mantener el purismo de nuestras élites, creo que es lo mortal para la democracia”. En otras palabras, argumentando una novedosa y al mismo tiempo insostenible teoría: la educación privada es nefasta, nociva y “mortal” para la vivencia democrática.

Lo paradójico es que el nuevo ministro de Educación es Fánder Falconí quien, como todos conocen, aparte de los cargos públicos que ha ocupado, ha sido uno de los principales ideólogos de la revolución ciudadana. En ese contexto, resultaría interesante conocer cuál es el criterio del nuevo ministro respecto del rol y eficacia de la educación privada en el Ecuador, si acaso está de acuerdo con el criterio expuesto por Rafael Correa, casi en el sentido de que la educación privada es el nuevo opio de la democracia o si en su lugar, y como debería ser, considera que la educación privada es un pilar fundamental en el modelo educativo de un Estado, sin relegar ꟷde ninguna maneraꟷ la importancia y fortalecimiento de la educación pública. La afrentosa especulación de que la educación privada es la puñalada mortal de la democracia debería ser aclarada, al menos para evitar que tanto despiste siga rondando como si no se hubiese dicho nada.

Así como en el tema de la educación privada, hay otros respecto de los cuales el anterior régimen se encargó de levantar conjuras, fetiches y prejuicios. Acabar con ellas demandará mucho más que un nuevo estilo de gobierno: ¿qué tan convencido está Lenín Moreno de aquello? Ojalá que lo suficiente para acabar con tanto despropósito. Pronto lo sabremos. (O)