¿Ha habido en el ámbito de lo cultural, en el Ecuador de los últimos diez años, una revolución como así lo reclama para toda la obra gubernamental el Gobierno saliente? Uno de los obstáculos que superar, con el fin de pensar en la importancia de la cultura en una sociedad civilizada, es encontrar modos de apreciarla no solo a través de mediciones cuantitativas sino cualitativas. Es cierto que la institucionalización de la cultura requiere de determinados índices, sobre todo si se la junta con el desarrollo (como lo hace la Unesco), pero también deben plantearse otras cuestiones que indaguen más por la calidad y no por la cantidad.

No cabe duda de que el país adelantó un importante proceso de institucionalización de la cultura y que gastó grandes sumas de dinero. En 2007 y en 2013 se fueron creando lo que es el Ministerio de Cultura y Patrimonio y el penúltimo día de 2016 se expidió la Ley Orgánica de Cultura que rige el Sistema Nacional de Cultura, que “tiene como finalidad fortalecer la identidad nacional, proteger y promover la diversidad de las manifestaciones culturales, garantizando el ejercicio pleno de los derechos culturales”. A través de diferentes instancias oficiales, fue notorio que miles de artistas plásticos, escritores, bailarines, artistas escénicos, cineastas… recibieron apoyo económico.

Pero una genuina apuesta por la cultura va más allá del mecenazgo oficial. Una ley es solo un documento escrito; qué se hace con ella es otro asunto. Por eso, no se puede dejar de constatar que, a pesar de las declaraciones procultura, la cultura ciudadana impulsada por el expresidente Rafael Correa estuvo caracterizada por el autoritarismo y la arbitrariedad. ¿Se puede fomentar la cultura como desarrollo artístico e intelectual a partir de una cultura política violenta contra quienes no se alinearon con el régimen? ¿Pueden favorecerse el arte y los valores cuando se construye una sociedad en la que pensar y expresarse críticamente son actos mal vistos?

¿Cómo entonces se impulsa en serio la libre creatividad artística y las manifestaciones culturales, básicamente cuestionadoras de lo que ocurre en la realidad? Por eso, al mismo tiempo que hay que considerar los números oficiales en términos de infraestructura, es necesario elaborar otras preguntas. ¿En cuánto se acrecentó el tiraje de los libros de poesía? ¿Se ha ampliado el radio de los lectores de novelas? Como en otros países, ¿vemos a la gente leyendo un libro en el transporte público mientras va al trabajo o regresa a casa? ¿Y qué se lee?

Si la lectura es uno de los procesos más importantes para la formación de sujetos plenos, ¿cómo son nuestras bibliotecas, no se diga institucionales (las de las Casas de la Cultura, las de los municipios), sino las de las escuelas? ¿Sirven activamente a la comunidad? ¿Qué esfuerzo nacional sistemático se ha hecho para fomentar la lectura de libros? ¿Aumentó el número de librerías en este tiempo? ¿Por qué grandes grupos editoriales y distribuidoras como Alianza y Planeta se fueron del país?

La lógica burocrática de comprensión y manejo de la cultura, antes y después de la expedición de la Ley es evidente, y, para obtener fondos concursables, los artistas se consumen en el cumplimiento de requisitos burocráticos y dejan de crear. Y, así, como hace diez y veinte y treinta años, los libros que se publican en Loja no llegan a Portoviejo. Pero el Estado no ve esa realidad porque solo le da valor a las estadísticas, desinteresándose, por ejemplo, en la desarticulación entre las propias instancias gubernamentales.

¿Le interesa al público ecuatoriano lo que sus cineastas le están contando? ¿Aumentaron los espectadores de cine nacional? ¿Va más gente al teatro y a los museos? Para recibir auspicios, a los grupos teatrales se les piden garantías bancarias difíciles de conseguir y costosas pólizas de seguro bancario. Tampoco se ha trabajado en la formación de audiencias que se interesen por los nuevos productos. Siguiendo la lógica de las megaobras, el Estado ha favorecido presupuestos millonarios descuidando el cine de bajo presupuesto, despreciándose en los hechos lo artesanal como forma de producción. En fin, una política cultural orientada a controlar la producción artística ha sido puesta en marcha. (O)