Una de las características singulares de este cambio de era que vivimos a escala mundial es la manera como la información se disemina burlando los controles de la censura y la persecución del poder. En cuestión de segundos, una manifestación ciudadana es conocida a lo largo y ancho del mundo sin que los medios controlados por el Gobierno autoritario de turno lo puedan restringir. Los teléfonos inteligentes convertidos en cámaras de fotografía, video y con posibilidad de redactar textos han supuesto todo un cambio brutal en la difusión de las noticias y han resaltado el poder de las redes.

Para muchos de nosotros que comenzamos la labor periodística con máquinas de télex, sobre la que había que intentar ser razonable para hacer entender su operatividad, estos cambios nos parecen profundos y singulares. Aún recuerdo mi primera cobertura internacional en Bolivia en los años setenta del siglo pasado y luego de haber visto el asesinato de Marcelo Quiroga, líder socialista de ese país, corrí como alma que lleva el diablo hasta las oficinas de la empresa estatal de telecomunicaciones para tipear la noticia de la que había sido testigo ocasional. La adrenalina corría por mis venas mientras un delgado papel mostraba los agujeros producidos por el tipeo de una cosa parecida a la máquina de escribir. Luego había que llamar a la redacción del diario para que conectaran con el aparato generador de la información que permitía que el papel tipeado se transformara en texto impreso. Lo que no contaba como situación previa era que la oficina de telecomunicaciones era estatal y no querían sus funcionarios que la información se propagara. Me adujeron problemas de comunicación entre Bolivia y mi país y, luego de tres horas de espera infructuosa, tuve que renunciar al envío y buscar un teléfono en el hotel para dictar la noticia que había creído era la gran primicia. Esto describe cómo era la vida de un periodista hace unos 40 años. Hoy puedes grabar el texto, el video, el audio, comunicarte directamente con tu país sin necesidad de pasar por los controles estatales y comunicar los hechos informativos en tiempo real.

Hemos visto un cambio profundo en la forma de transmisión de los hechos informativos que observar un presidente de salida rompiendo un diario frente a las cámaras de televisión solo puede equipararse a las visiones paleolíticas de generar fuego a partir de la fricción de trozos de madera o golpes de piedra contra piedra. Vivimos tiempos nuevos y los últimos en darse cuenta de este hecho son los políticos que siguen creando enemigos irreales producidos por sus propias sombras. El retorno a las cavernas de Platón cobra trascendencia para explicar metafóricamente la complejidad de los cambios y la incapacidad de muchos poderosos de ocasión de no percibir que vivimos en una era diferente que requiere practicas del poder distintas.

Los ciudadanos son emisores, medios y receptores. Son propietarios a los que no se los puede romper o acabar con represiones. Representan un nuevo universo en donde las redes permiten generar, investigar y difundir información como nunca antes habíamos tenido memoria. Es bueno que el poder político reconozca esta nueva realidad si no pretende acabar golpeando la frente contra una realidad más dura y compleja que una piedra. (O)