De “terrorismo biológico” calificó el presidente venezolano, Nicolás Maduro, a la protesta opositora que consiste en lanzar excremento contra las fuerzas que reprimen las manifestaciones antichavistas. “Terrorismo biológico”, una expresión grandilocuente para aludir a la protesta “fecal”, la vieja expresión de rebelión de cualquier sujeto o pueblo sometido e indefenso frente a la represión violenta e incluso armada, como decía Michel Foucault en su seminario ‘El poder psiquiátrico’. O también: un anudamiento de la imagen deseada del poderoso embadurnado, con el real de las deyecciones y el simbólico del mensaje que propone la devolución de un desecho a su lugar de origen. Un retorno con el que el pueblo receptor le regresa al amo emisor su propio mensaje en forma invertida.

La relación del ser hablante con sus evacuaciones es un capítulo estructurante pero ignorado en el desarrollo de cada sujeto y de las civilizaciones. En el primer caso, la producción excrementicia establece un vínculo fundante entre la madre y el bebé, cuando ella espera sus deposiciones regulares. El pequeño satisface la demanda materna y lo hace con placer. Ella celebra el regalo como un don amoroso, confirmando el hecho de que en el fondo de cualquier demanda subyace la demanda de amor. Posteriormente, la madre dispondrá del “regalito” colocándolo en el lugar que las normas culturales, el desarrollo urbano y la ingeniería sanitaria destinan para ello. Así, la graciosa y esperada “caquita” del bebé termina igual que la insoportable “mierda” del adulto.

En la monumental historia de la humanidad, el capítulo menos escrito y habitualmente ignorado es aquel al que podríamos llamar “La historia universal de la caca”, desde los sumerios hasta nuestros días. La disposición de instalaciones apropiadas para canalizar las evacuaciones fuera de nuestros hogares y de nuestras ciudades, y conducirlas a destinos que preferimos desconocer, supuestamente da cuenta de nuestro grado de civilización y desarrollo económico. Olvidamos que inter urinas et faeces nascimur (entre orinas y heces nacemos), como decía san Agustín de Hipona, y como nos lo recuerda Sigmund Freud al señalar que el malestar en la cultura deriva de todo aquello que originalmente debemos reprimir para ser civilizados. Pero ¿qué pasa cuando los gobernantes reprimen a sus pueblos en lugar de reprimir sus propias pulsiones?

Nuestra relación subjetiva y colectiva con el excremento pasa por el lenguaje y produce la metáfora escatológica. Así, ciertos gobernantes “cagan” a sus pueblos para aferrarse al poder indefinidamente. Paradójicamente, la tiranía también funciona como un gigantesco fecaloma, es decir, como una compactación fecal que obstruye el libre tránsito intestinal hacia la democracia. Cualquier tirano es como un niño constipado que se niega a soltar lo que más valora (sus heces), en cuya emisión controlada y alternante entre retención y expulsión descansa su poder, dominando a los adultos que dependen de “Su Majestad, El Bebé Tiranuelo Anal”. Tirarles mierda (real, no metafóricamente) a los gobernantes despóticos o a sus representantes es una defensa primitiva de psicóticos de manicomio y pueblos subyugados. Aunque ante el fracaso de la palabra y la supresión de la metáfora, es también una manera de decirles a los déspotas lo que se piensa de ellos, en la lengua que ellos dominan. (O)