En esta última década es más propio hablar de política internacional correísta antes que de política internacional del Ecuador, porque esta ha dependido de los juicios y prejuicios del presidente y su búsqueda de notoriedad personal internacional. En todos los países civilizados existe en sus cancillerías un cuerpo especializado en materia internacional que es el que brinda asesoría al Gobierno de turno para conformar una política de Estado. Ese cuerpo especializado, conocido como la diplomacia de carrera, es apolítico; por eso, en las grandes potencias, los diplomáticos de carrera rara vez acceden a las funciones políticas de canciller. El presidente Correa, que no tenía ninguna formación académica en esta materia, ni tampoco experiencia, decidió no solo prescindir del cuerpo especializado, sino, además, perseguirlo, anularlo. Sus mofas sobre las “momias cocteleras”, la supresión de la Academia diplomática, la desintegración práctica de la Junta Consultiva, dieron lugar a una política que privilegió su ideología sobre los intereses permanentes ecuatorianos. Oswald Spengler decía que los verdaderos éxitos de un Estado son los de su política internacional. Veamos:

Por afinidad política, Correa siguió el camino del coronel Chávez, quien, a su vez, seguía el de Fidel Castro. Así ingresó el Ecuador a la ALBA que ya, prácticamente, no existe; lo apoyó en la creación de la Unasur, le ofreció a nuestro país como sede, regalándole un edificio. La Unasur está tan dividida que nuestro Gobierno no ha insistido para que ella intervenga en la crisis venezolana. La mayor parte de sus miembros, con excepción de Ecuador y Bolivia, le ha pedido a Maduro la libertad de los presos políticos, respetar la división de poderes, la Asamblea, los derechos humanos. La Celac, que se pretendía reemplace a la OEA, fracasó, también, en su intento de mediación en Venezuela.

Tampoco han sido muy felices sus concepciones sobre política económica regional: cuando dentro de la Comunidad Andina, Perú y Colombia decidieron negociar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, Ecuador y Bolivia manifestaron su desacuerdo. Bolivia se mantuvo en esa línea, pero el presidente Rafael Correa, con varios años de retardo, suscribió un acuerdo de libre comercio con Europa; lo irónico es que ese acuerdo tuvo que pasar por la aprobación previa de Perú y Colombia. Si ya se suscribió un tratado de libre comercio con los países capitalistas de Europa, no había razón para no hacerlo con los Estados Unidos, pero eso, pensaron, se habría considerado sometimiento; preferimos solicitarle, humildemente, que nos renueve las preferencias arancelarias. Bajo la nueva administración estadounidense, parece que ya no será posible un acuerdo permanente. El presidente Correa expresó que mientras él sea presidente, el Ecuador no ingresaría al grupo de países de la Alianza del Pacífico. Quiso más bien ingresar al Mercosur, porque allí estaban sus amigos Kirchner, Lula y Vilma. Ellos están ahora lejos del poder, cercanos a la cárcel. Debemos respetar la geografía y los verdaderos intereses del Ecuador y cooperar con los países del Pacífico; poco tenemos que hacer en el Mercosur.

Ningún beneficio nos han reportado las visitas y apoyos a dictadores de lejanos países: a Gaddafi en Libia; a Lukashenko en Bielorrusia; a los Ayatolas en Irán; a Assad en Siria. Es decir, a los tenebrosos violadores de los derechos humanos.

El Gobierno le ofreció y dio asilo a Assange, que alegaba que Suecia podría extraditarlo a Estados Unidos. Este anuncia que estudia acusar a Assange, con lo cual es evidente que hasta hoy no existía ningún proceso legal, ni razón para el asilo, por lo que el Ecuador debe cancelarlo. Si lo mantiene, nos enfrentará directamente con Estados Unidos.

Después de diez años de mantenerlos vigentes, Correa decidió denunciar los convenios de protección de inversiones con varios países. Le priva al nuevo presidente de lo único que lo puede salvar del desastre económico: la inversión privada nacional y extranjera. El presidente lo hizo con su habitual diplomacia de brusquedad.

Las Naciones Unidas, en su Examen Periódico Universal, señalan las deficiencias ecuatorianas en materia de derechos humanos, libertad de expresión, de asociación, entre otras. Esa es la opinión del mundo. Para aumentar el estigma, la refutación la hace un canciller importado.

Esta diplomacia de prejuicios ideológicos lo ha aislado al Ecuador. (O)