Si más bien deberíamos echarles flores y confeti, aplaudirles, justificarles la ineficiencia, comprender que su misión es grandota y sus errores chiquitos. Ser más comprensivos y tolerantes, más “patriotas”. Si son triviales los escándalos de corrupción que nadie investiga. Gastos mínimos, las edificaciones tan desmesuradas como el ego de los políticos que aman al “pueblo”. Si más bien los periodistas deberíamos dedicarnos a ensalzar los grandes logros de la revolución, la defensa de los derechos de la naturaleza y los pueblos indígenas (¿que ya se está explotando el Yasuní? ¡Uy, toca cambiar el tema poético!). Deberíamos escribir odas al pueblo valiente porque así no se da cuenta de que se gastan su dinero en pendejadas. Deberíamos componer canciones contra el tío Sam, de quien por fin nos liberamos para someternos a otros tíos. Más bien tendríamos que hacer himnos a nuestros Robin Hoodes que robaron a los ricos para dar a los p… para erigir palacios en medio del desierto al pie de una línea imaginaria o en una capital sumergida bajo las aguas con todo y plataforma financiera. Si los periodistas deberíamos reafirmar, subrayar, resaltar las virtudes del patrón. Acólitos de sacerdote, cortesanos de rey, compañeritos de partido, deberíamos hacer de la vista gorda, aprender a ser patriotas, a morir y matar por el patrón, a defenderlo ciegamente… ¿al patrón? No, perdón, a la patria, a la patria altiva y soberana.

Y en cambio los periodistas seguimos insistiendo en opinar que “huele a rata muerta” cuando nos parece que en efecto huele a rata muerta. ¿Estamos calumniando o difamando a la pobre rata porque hasta ahora no aparece? ¿Será que no asoma porque no la están buscando, porque habría que meterse a investigar al fondo de las alcantarillas? Y por eso, para que no se olviden de sus cuentas pendientes, los periodistas seguiremos insinuando: “huele a rata muerta”.

Y yo comprendo sus iras, comprendo que a los políticos estos comentarios les hieran el amor propio, les angustien y enfurezcan. Comprendo perfectamente que Erdogan y Putin se las tomen contra los periodistas, y que Trump diga: ¿usted piensa que soy un presidente inepto y mentiroso? Vea Fox News y verá lo maravilloso que soy… Comprendo su odio a los medios independientes. Si les sacan los trapos sucios al sol, no les perdonan contradicciones, traiciones, mentiras, ineficiencias. No son madre que socapa (mi ecuatorianismo favorito) al hijo delincuente, escondiéndolo bajo su falda.

Los poderosos temen a los periodistas. Y así es como debe ser. El periodismo existe para mantener un equilibrio entre el poder de los gobernantes y la impotencia del pueblo gobernado. “Lo importante en nuestra sociedad no es lo que pasa, sino quién cuenta lo que pasa. ¿Vamos a dejar que solo nos lo cuenten los políticos? Sería un suicidio, un suicidio nacional. No, no podemos confiar en ellos, no podemos quedarnos con su versión. Nos toca buscar otra versión, la de otra gente con otros intereses: la de los humanistas”, escribe el colombiano Juan Gabriel Vásquez en su novela Las reputaciones, cuyo protagonista es un caricaturista censurado como toda voz crítica ante un régimen y una sociedad autoritarios. Los periodistas son ojo avisor: vigilan, informan, denuncian, y algunos incluso poseen el superpoder ante el cual tiembla todo tirano: el humor.

“Lo importante en nuestra sociedad no es lo que pasa, sino quién cuenta lo que pasa. ¿Vamos a dejar que solo nos lo cuenten los políticos? Sería un suicidio, un suicidio nacional. No, no podemos confiar en ellos, no podemos quedarnos con su versión. Nos toca buscar otra versión, la de otra gente con otros intereses: la de los humanistas”, escribe el colombiano Juan Gabriel Vásquez en su novela Las reputaciones”.

Escribo esta columna pensando en un colega como Luis Eduardo Vivanco, a quien han citado a la Fiscalía. Es un tipo incómodo para el poder, moscardón en la oreja. De esos que desde el humor (Castigo divino) y la prensa (La Hora) presionan para que se investigue dónde está la rata muerta. Pienso también en Bonil, caricaturista ecuatoriano reconocido a nivel internacional, el brillante Bonil cuyos dibujos me hacían reír desde niña y a quien el poder tampoco puede ver ni en pintura. Y es que, como dice el personaje de Vásquez sobre el mítico dibujante colombiano: “Ricardo Rendón, mi maestro, comparó una vez la caricatura con un aguijón, pero forrado de miel… No hay caricatura si no hay subversión, porque toda imagen memorable de un político es por naturaleza subversiva: le quita su equilibrio al solemne y delata al impostor. Pero tampoco hay caricatura si no hay sonrisa, aunque sea una sonrisa amarga, en la cara del lector”.

Quizá también Vivanco, al igual que innumerables periodistas de mi generación, aprendió a ser soberano y subversivo desde niño, cuando en la mesa del comedor se encontraba con los periódicos que ya entonces publicaban los dibujos de Bonil y las geniales caricaturas hechas de palabras del Pájaro Febres Cordero y Simón Espinosa. Y en el parque el Michelena nos revelaba el poder verdaderamente revolucionario del humor. Crecimos en el espíritu de la libertad de expresión, inspirados por estos maestros. Crecimos a la luz de agudos detractores dignos herederos de Juan Montalvo. Y a estas alturas no vamos a dejarnos arrancar ese aguijón, aunque les pique.

¿Y si en lugar de andar “investigando” a periodistas mejor invierten el poder de su aparato fiscal en buscar ratas muertas y destapar alcantarillas? Fuera de bromas, incluso tras los aguaceros que cual castigo divino demostraron la calidad de las obras erigidas con nuestro dinero, incluso tras el poder purificador del agua y el trueno, Ecuador sigue oliendo a rata muerta. (O)