Una vez que los señores asambleístas han tomado posesión de sus curules, y se han comenzado a distribuir las comisiones legislativas, debiera empezar el trabajo serio de legislar en beneficio del pueblo que los eligió. Digo debiera porque tal como hemos visto, esto no siempre sucede.

La Asamblea anterior aprobó –según cifras oficiales– un sorprendente número de 188 leyes en los nueve años de gobierno de Rafael Correa, más una Constitución completa, con sus dos reformas. Otro día podemos analizar si el número de leyes realmente determina la calidad de la Asamblea, pero mientras tanto, suena curioso la comparación que el mismo oficialismo hace entre el tiempo en funciones del Ejecutivo con el resumen de trabajo del Legislativo, un resumen de “producción” de cuerpos legales, como si hubieran sido elegidos para trabajar en conjunto.

Lo cierto es que la Asamblea, de mayoría oficialista, se dedicó a consolidar a través de disposiciones legales el proyecto político de Alianza PAIS, imprimiendo la visión del partido de Gobierno en todo lo aprobado en este tiempo, tanto en la forma como en el fondo. Por ello, su gestión se analiza no en los periodos que le corresponden, sino a lo largo de la famosa década.

Ahora bien, si se pretende probar eficiencia con el número de leyes aprobadas, debemos recordar que la fiscalización –que también debió ser tarea de la Asamblea– es la gran deuda pendiente.

Con este panorama, la esperanza tenemos que ponerla en la nueva gente que llega a remozar la función Legislativa. Tanto oficialistas como opositores se encuentran frente al momento esperado de empujar el progreso del país, actuando con la responsabilidad y seriedad que han ofrecido.

El oficialismo sigue siendo mayoría, pero ya no aquella aplastante mancha verde que cerraba el paso a toda iniciativa ajena. Ahora tendrán que dialogar para conseguir algunos votos que les harán falta. Eso sí que es un desafío para quienes hasta ahora han sido los dueños absolutos del show.

Por su parte, la oposición está frente a una nueva oportunidad que no puede desperdiciar. Debe demostrar que su participación realmente está enfocada en equilibrar las fuerzas de manera racional y responsable, sin enfrascarse en discusiones estériles. Comprender que ser oposición no es votar en contra, ni tampoco ausentarse para que su nombre no aparezca en la lista de presentes en la sesión, sino aportar con elementos verdaderos y alzar la voz con dignidad, con fuerza, pero con racionalidad.

Por primera vez, parece que la oposición tendrá algo de peso en las decisiones, pero si se dedica a bloquear toda iniciativa solo por el hecho de aplicar revancha política, nuevamente perderá su recientemente ganado espacio.

Al igual que todos los ecuatorianos, demando una Asamblea con diálogo verdadero, no con monólogos ni pleitos; con información real para que el mandante pueda conocer cómo las leyes que aprueben afectarán su vida, no con los parapetos de socialización a los que nos hemos visto obligados a asistir; con opción a que la prensa se informe libremente de los debates, no a través del filtro del canal oficial. En fin, demando que actitudes y estrategias respondan al tan ofrecido cambio de estilo con el que nos tienen soñando las nuevas autoridades.

Muchas expectativas que realmente, por el bien del país, espero se cumplan. (O)