Venezuela es un país rico. Tiene las mayores reservas petroleras del mundo, está en el noveno lugar en las de gas natural y en el décimo sexto en las de oro. En la segunda mitad del siglo XX estuvo clasificado como un país de ingresos medianos altos hasta la década del 80 en que tuvo una crisis económica grave que coincidió con un incremento de la corrupción y, ambos motivos, provocaron protestas sociales e inestabilidad política. Se produjeron dos golpes de Estado, en los que apareció la figura de Hugo Chávez, seguidos de interinatos que duraron poco hasta que se eligió a Rafael Caldera, quien convocó a elecciones en 1998, en las que Hugo Chávez fue elegido presidente. Fue el inicio de la Revolución Bolivariana en 1999, que tenía como meta llegar a un nuevo socialismo.

En ese momento, Venezuela, un país rico, era también un país inequitativo, de enormes desigualdades. Un alto porcentaje de la población era pobre, y, según datos del Instituto Nacional de Estadística de Venezuela, el 20,15% vivía en pobreza extrema. Esa era la realidad que la revolución bolivariana ofreció cambiar.

En los primeros años el balance fue positivo, según la revista Semana de Colombia, en el 2009 habían logrado reducir en 39% los hogares en condiciones de pobreza y en 50% la pobreza extrema. El precio del petróleo se ubicó por encima de los 100 dólares y gracias a la bonanza se aumentó el gasto social y hubo inversión considerable en escolarización y en atención primaria de salud.

Hoy, Venezuela vive una crisis social, económica, política y ética muy grave. La inflación es de 741%, los indicadores sociales se acercan a los anteriores, hay escasez de alimentos y de medicamentos. Hoy, el país produce menos petróleo que en 1999. En ese año, la industria representaba el 20% del Producto Interno Bruto y en el 2015 solo el 12%.

En definitiva, los éxitos del modelo no eran tales, se trató de la bonanza petrolera y una vez que terminó, la realidad se hizo evidente. El aparato estatal se duplicó, copó todos los campos, aumentó la burocracia y lo social fue asistencial. No se estableció un modelo económico que sostenga el modelo político y se sostuvo en el clientelismo y en la capacidad de Chávez para encandilar a las masas, la corrupción creció y se cerraron todos los caminos a cualquier pensamiento diferente y a la posibilidad de cambiar la realidad por la vía constitucional.

A los venezolanos solo les ha quedado la calle para decirle al mundo que la democracia no es perfecta, pero es perfectible porque entiende que la sociedad es plural, que el plan único e inamovible no funciona, que todos los seres humanos tienen derecho a participar en el proyecto de vida colectiva que es un país, que nadie debe decidir cómo tienen que ser felices y negarles la oportunidad de conseguir comida, vivienda, salud, educación. Pero decirlo les ha costado ya 2.000 detenidos, alrededor de 1.000 heridos y 45 muertos. Les debemos solidaridad y agradecimiento por darnos la lección de su dolor para recuperar la dignidad y la vida. (O)