Ha sido gigantesca y notoria la inoperancia del gobierno del presidente Rafael Correa en el campo de la cultura. Y no me refiero a ese ente sin rumbo bautizado Ministerio de Cultura, que terminó siendo otro aparato burocrático destinado a hacerle creer al mismo presidente que el país ya cambió porque el Estado ahora financia festivales de arte y decide quién es un buen artista revolucionario y quién no lo es. Lo que ha conseguido esa entidad es que ciertas personas hagan pública su adoración al Gobierno antes de recibir platita para escribir, pintar, bailar, editar, esculpir, filmar, hacer música o subirse a las tablas.

El fracaso cultural del régimen de Correa es mucho más grave, porque no se propuso influir en los modos de comportamiento ciudadano que nos afectan mientras andamos por las calles y nos juntamos en plazas y en espacios públicos, pues cultura es todo aquello que atañe a las normas de convivencia civilizada entre los miembros de una comunidad. Correa no se interesó en modificar las actitudes de las personas cuando actúan en sociedad. En esta década desperdiciada, la mal llamada revolución ciudadana no ha podido construir ciudadanía plena. Esta falla tiene una explicación estructural: un proyecto totalitario siempre es anticiudadano.

El país ahora cuenta con mejores carreteras y más infraestructura, pero muy poco se ha hecho para lograr que sus usuarios las usen con nuevos códigos de convivencia y de respeto mutuo. ¿Qué podía esperarse si la cabeza de la supuesta transformación ha exhibido un comportamiento incompatible con una buena civilidad? Para titularse de socióloga en la Universidad Central del Ecuador, María Paula Granda Vega emprendió una “investigación sobre la existencia de racismo y sexismo en los discursos del presidente Correa enunciados en los enlaces ciudadanos o sabatinas”. Y lo que halló –el país lo ha sufrido– es que las sabatinas han sido escuelas de racismo y machismo.

El macho sabio: racismo y sexismo en el discurso sabatino del presidente Rafael Correa (Quito, Universidad Central del Ecuador & La Tierra, 2017) se titula el libro de Granda, en el que se analizan, en primer lugar, la voluntad de verdad del régimen como una maquinaria para aplanar las expresiones disidentes, y, en segundo lugar, la imposición de una masculinidad hegemónica. Reunidos los comentarios de Correa cuando alaba a las mujeres presentes los sábados y que le parecen ‘guapísimas’, con close up pedidos por él a los camarógrafos, no se puede creer que todos nosotros, y sus colaboradores incluidos, hayamos permitido esas escenas bochornosas.

El comportamiento público ciudadano de los ecuatorianos de hoy es igual o peor que hace diez años, pues nuestras formas de comunicación siguen determinadas por el irrespeto al otro: el conductor está convencido de que el peatón es quien debe detenerse, el profesor exige que el alumno obedezca sin reflexionar, el oficinista de una ventanilla despacha advirtiendo al usuario que si se reclamara airadamente, podría irse preso… El Ecuador involucionó hacia formas insoportables de autoritarismo que los ciudadanos han replicado hasta en sus hogares. El presidente Correa nos ha legado el machismo en su máxima expresión ideológica: el machismo correísmo. (O)