Difícil es dejarse cuestionar por la realidad, lisa y llana, sin intentar cambiarla con interpretaciones que muchas veces son justificaciones de nuestro propio accionar o argumentaciones con las que pretendemos defendernos anticipadamente.

Las culturas, las ideologías de todo tipo y las religiones de diferentes nombres nos dan un filtro con el que interpretamos aquello que sucede intentando darle un motivo, una razón y proporcionándonos una seguridad que no tenemos y a la que aspiramos.

Cuando oímos las justificaciones de lo que sucede en Venezuela en nombre de ideologías de izquierda, el no condenar el hambre y penurias a las que está sometida toda la población, diciendo que son sesgadas las noticias de prensa pues son manipuladas por y desde el “Imperio”, es de preguntarse si las multitudes fueron llevadas en vehículos, con “viáticos” y sánduches para protestar exponiendo sus vidas, enfrentándose a tanquetas, balas, perdigones, represión, golpes y cárcel...

¿Qué cambio positivo en la vida de la población defienden quienes aceptan y apoyan esos horrores en nombre de un sistema político que pregonan justo y equitativo? Y que además copian propuestas como las de la guardia nacional bolivariana que aquí pomposamente se llamará Servicio Público de Protección, que será civil… “Una entidad pública, especializada, jerarquizada, civil, armada… dirigida a prevenir y neutralizar cualquier acción que pretenda atentar contra la integridad de las personas que prestan un servicio relevante para el país…”. Personas “especiales” con “guardias especiales”… El culto del poder y la imagen, agazapado en el miedo de esos poderosos por un tiempo, que humilla la labor de la policía y los militares encargados de esas funciones por la Constitución y por su propia vocación.

Cuando se llega a situaciones límite donde parece no haber retorno, plantear diálogos sin definir claramente las condiciones de ese diálogo, sin que los dialogantes se sepan iguales, se respeten y actúen como iguales, pongan las demandas en la mesa en condiciones de igualdad y los discutan como tales, es solamente alargar la agonía de la población y querer vencerla por cansancio o llevarla al despeñadero de acciones desesperadas. El diálogo no debe ser un somnífero, ni un barniz que da buena conciencia y echa la culpa al otro por no llegar a acuerdos, “mis acuerdos”.

La paz no es un limbo al agua de rosas donde siempre hay que sonreír, hablar bajito y soportar todo en nombre del entendimiento, de la fe y de la armonía. La paz va de la mano con la justicia, el respeto, y la dignidad. La paz es una conquista y una tarea para la que evidentemente no estamos preparados ni nos preparan, no nos educan, no es una materia para aprender.

Mucho tiempo le costó al mundo reconocer la dictadura de Hitler, los genocidios que cometía e involucrarse para detener la barbarie. No es conmigo, estoy lejos, hasta que la economía hizo que algunos países empezaran a comprender que sí tenía que ver con ellos. El dinero y las ganancias muchas veces importan más a quienes nos gobiernan que la defensa pura y simple de las vidas humanas, todas las vidas humanas y el respeto de sus derechos. La religión del poder tiene muchos adeptos, fieles que sacrifican en su altar todo y a todos, menos sus ansias de trascender a como dé lugar, en su locura de creerse superiores a los demás. (O)