Una de las sugerencias reiteradas a Lenín Moreno es que cambie, si es posible de forma radical, el discurso de militante confrontación que ha mantenido el actual presidente en su gestión en el poder; en un reciente encuentro, el representante máximo de la Iglesia católica en el Ecuador, monseñor Eugenio Arellano, fue muy claro al señalar que piensa que Moreno “tiene las fuerzas para sanar las heridas que se abrieron los últimos tiempos y restaurar la unión en el país. Y curar heridas”; la sugerencia fue incluso más allá al exhortar al presidente electo que no mire al pasado que quedó atrás, en alusión directa a la forma excluyente y descalificadora de hacer política en los últimos años.

Es muy posible que Moreno haya interpretado tal exhortación como la necesidad de un cambio de estilo, debiendo advertir que ha insistido en varias ocasiones que gobernará con estilo propio, habiendo incluso aseverado que “con el presidente diferimos con el estilo de gobierno… un estilo confrontador, porque había que confrontar a todas las aseveraciones políticas, económicas, sociales. Ese estilo de gobierno es probable que para este momento ya no sea útil”, habiendo también expresado que su régimen tendrá “el estilo del diálogo, el estilo de la mano extendida”. Posiblemente, Moreno ha comprendido que uno de los factores más presentes en el cuestionamiento ciudadano a Rafael Correa está ligado al cansancio que luego de tantos años producen la beligerancia y la virulencia del discurso oficial, pero para poder ser objetivos habría que entender qué significa el estilo de gobernar para Lenín Moreno y qué representa en la realidad un estilo de gobierno para el pueblo ecuatoriano.

En la práctica hay diversas interpretaciones de lo que constituye un estilo de gobernar, pues para unos el estilo tiene que ver si la forma de gobernar de un mandatario se enmarca en los márgenes de la legalidad con respeto irrestricto a esta, mientras que para otros el estilo de gobernar “no se reduce, por supuesto, a las manifestaciones de personalidad ni al currículum, lo más importante es cómo se relaciona con la ciudadanía, cuál es su plan de gobierno, qué tan honesto es y hasta dónde llega su respeto a la ley y a la institucionalidad”. Hay quienes sostienen, en cambio, que las diferencias de personalidad y de discursos entre presidentes pueden no tener mayor importancia si es que el fondo de su política termina por ser muy similar, posibilidad que es precisamente una de las críticas que se ciernen en torno al ofrecimiento por parte de Lenín Moreno de un cambio de estilo; podría mejorar sustancialmente el estilo personal, pero quedarse en eso, solo “más ternura”.

Por eso es que Moreno deberá demostrar, desde el inicio de su gestión, que el cambio de estilo va más allá de lo que suponen personalidades y temperamentos distintos, pues será fácil dejar a un lado sabatinas, afrentas y sornas, pero muy difícil cambiar el autoritario entramado institucional. Del nuevo presidente dependerá que el ofrecido cambio de estilo no termine siendo una suma de buenas intenciones, solo un bálsamo para los “sufridores”. (O)