No voy a insistir en los abusos de ciertas autoridades. El sector público puede ejercer su exorbitante poder contra las personas a pesar de que la Constitución y las leyes les ponen confines. Voy a referirme a pocos de los que cometen algunas empresas privadas contra los consumidores.

1.- Teléfonos: tengo un celular y la empresa me descuenta el valor de prepago de mi cuenta corriente. Recibo avisos de que me han renovado tal o cual servicio y me obligan a rechazarlo en un plazo perentorio. Caso contrario, me cargan un valor. Y no es uno solo, sino varios. Alguna autoridad debe frenar estos abusos. Si quiero contratar o renovar un servicio, debo aceptarlo expresamente y por escrito. Además, si me queda un saldo en la cuenta del teléfono cuando llega el día 15 del mes, lo pierdo. ¡Cuánto dinero debe ganar esta empresa!

2.- Televisión. El mes pasado salí de la ciudad. A mi regreso marqué el número de un canal extranjero. El aparato me acusó de tonto, porque me salían en la pantalla unos signos de interrogación. Marqué otro número, igual. Debo serlo, pensé, porque una y otra vez me salían los signos. Decidí llamar al servicio. Después de cuarenta minutos de haber escuchado sonidos estridentes y aburridas propagandas, una de ellas sobre lo bueno que es ser abonado, un señor amable me informó que habían cambiado los números y que debía marcar tal y cual. Le pregunté por qué no habían avisado. Contestó que sí lo habían hecho a mi dirección electrónica. ¿A cuál? (Tengo dos). Pero el buen señor no la conocía. Entonces sí me sentí rematadamente bobo. Deberían enviar la información con los números anteriores y no nuevos.

No todas las personas entienden el rápido torrente de palabras que sueltan quienes contestan los teléfonos de las empresas, siempre apurados. Les pido que hablen más lento y más claro. A los tres segundos gana la costumbre de hablar velozmente. Comprendo que las empresas contratan esos servicios automáticos, “si quiere hablar con producción, marque el dos, si quiere hablar con caja, marque el nueve” y así, hasta que usted oye “o espere en la línea que una operadora lo atenderá”. Entonces habla con un ser humano. ¡Qué alivio!

3.- Aviación. El vuelo que debía salir un viernes de noche salió el domingo por la mañana. Había comprado boletos para una función de ballet el sábado y no pude asistir. El hotel que había reservado me cobró esa noche. La aerolínea me envió un correo ofreciendo disculpas por el atraso y regalándome miles de millas, por supuesto para que vuelva a disfrutar los puntuales servicios de la misma empresa. Reclamé por escrito la devolución del dinero perdido de los boletos y el hotel. En vano.

Hay la tendencia a deshumanizar los servicios y los negocios. El apuro nos cobra su tarifa en momentos desagradables, en impaciencia. Se nos va la vida en fruslerías. ¿Algún empresario o autoridad evitará estos abusos? (O)