Para muchos gobernantes el poder resulta cada vez más difícil de sostenerse en las fórmulas tradicionales. A la falta de respeto a las normas, violación contumaz de la Constitución, agresión a los demás poderes del Estado y una tendencia a menoscabar cualquier crítica, se responde con convocatorias al diálogo, concertación o consenso cuando en realidad esto último es la fase más elevada de una conversación cívicamente responsable. La tendencia a echar mano al Vaticano, que se muestra cada vez más interesado en terciar en la conversación política en América Latina como lo muestra un papa muy metido en la política interna de su país o en Paraguay y Venezuela recientemente, prueba que los mecanismos internos no están funcionando como debieran.

A los 100 días del gobierno de Trump este no escatimó agravios hacia la Constitución de su país que es tomada como un pacto contractual enormemente beneficioso para el desarrollo de su nación. Afirmó que impide gobernar por la cantidad de frenos, contrapesos y balances que supone la ingeniería del poder. Este y otros mandatarios quieren gobernar en democracia, pero con modelos autoritarios. No quieren contrapesos y contra ellos van cuando se les oponen, cuando en realidad el problema es más simple: no saben vivir en democracia. No pueden tolerar los balances del poder y toda institución que surja en su camino es sujeta de las más viles formas de agresión, como el caso del Congreso venezolano por el régimen de Maduro. Cercado este por las tremendas manifestaciones de coraje cívico, convoca (cuándo no) a un diálogo infructuoso, al que el Vaticano en cierta forma lo consiente cuando de forma errónea afirma que el problema está en la división opositora a Maduro. El problema es más sencillo: el pueblo no quiere más la revolución chavista y está pagando con vidas ese rechazo. La situación no puede extenderse más en un diálogo inútil que tiene que ser resuelto con la salida del gobierno que oprime y mata. Desconfían con razón de la propuesta de Francisco y ahora van por una nueva convocatoria: ¡una constituyente! Todo esto solo pretende disminuir la presión, ganar tiempo y seguir gobernando.

No tienen argumentos que les permitan comulgar la idea de los poderes como contrapeso y luchan violentamente por permanecer en su sitio incluso a costa de asesinar a sus propios compatriotas.

Hay de los que dicen que en la estrategia de negociación hay que dejar siempre un pequeño espacio que permita que el presionado tenga una salida. Al gobierno venezolano la realidad le ha cerrado todos los caminos. Desabastecimiento criminal de sus hospitales, criminalidad rampante, grupos violentos armados por el propio Gobierno demuestran que han rebasado todos los límites que pueden establecerse para una convivencia democrática. El propio gobierno de Maduro acabó por cavar su propia fosa. Sus antiguos amigos y aliados de la OEA, como el caso del secretario general Almagro, le han dado la espalda y hoy no da signos de batirse en retirada.

Lo que percibimos con claridad es la diferencia entre gobiernos que pueden entender el sentido de la democracia de aquellos que solo comprenden que la misma se reduce a la elección circunstancial que les posibilita acceder al poder. Después no tienen argumentos que les permitan comulgar la idea de los poderes como contrapeso y luchan violentamente por permanecer en su sitio incluso a costa de asesinar a sus propios compatriotas.

La única convocatoria que les queda es la de reconocer en muchos casos su fracaso, saber que es el tiempo de marcharse y pedir piedad a su pueblo por el costo en vidas que ha supuesto no comprender el sentido y valor de la democracia. (O)