De mi padre también aprendí a dar de comer a las aves del cielo. Él me refería que su tío paterno Leonardo lo había hecho antes que él y, como le gustó, heredó esa costumbre.

En el alféizar de la ventana del comedor, de nuestra casa frente a un parque, que ahora tiene su nombre, colocaba granos de arroz y, cuando teníamos canarios, alpiste, así que, gracias a sus ojos avizores, pronto se presentaban a degustarlos pájaros de diferentes plumajes y particularmente unos blanquinegros.

Ahora sigo esa costumbre, en la que cuando pueden me acompañan mis nietos pequeños, y ofrezco granos de arroz a las aves que quieran aprovecharse y llegan, a veces en tropel y en otras ocasiones individualmente o por parejas, a alimentarse y beber agua fresca.

La mayoría son las pequeñas tórtolas que solemos llamar palomitas tierreras, los negros tilingos que las duplican en porte y, entre ellos, sin espantarse, con serenidad y seguridad, un par de canarios criollos.

De vez en cuando vienen aves más grandes que, por su porte, asustan y desplazan a las pequeñas, que esperan pacientemente que se vayan para retornar a comer.

¡Ah! Algunas se introducen en el plástico que contiene agua y se bañan alborozadas, luego de lo cual se sacuden y continúan su vuelo.

Este antecedente es para contarle la lección de vida que recibo de un negro tilingo que no puede utilizar la parte inferior de su pata izquierda, así que, cuando camina, cojea, se apoya en la que debe ser su rodilla, pelea si es necesario con los vecinos para satisfacer su apetito, toma agua y reemprende su vuelo.

Me estimula sobremanera que una ave incompleta haya podido superar cierta disminución en una de sus extremidades. Ha aprendido a lograr su equilibrio, avanza, se impulsa y vuela.

¿Acaso todos los seres humanos somos completos o, por alguna razón, somos incompletos?

¿Completos en nuestra salud física y, sobre todo, espiritual? ¿Somos sanos y felices? ¿No tenemos ni contratiempos ni preocupaciones serias en nuestras relaciones de familia, trabajo o vecindad?

¿Somos completos para tener una vida normal y agradable o necesitamos complementarnos con la asistencia y ayuda de los demás, principiando por los próximos?

¿Qué parte importante de nuestra cotidianidad requiere la presencia o asistencia de otras personas para que podamos cumplir cabalmente nuestro plan de vida diario?

¿En casa, en el transporte, en el trabajo, en las reuniones, en los deportes necesitamos de otras personas?

Reconocerlo y aceptarlo puede tener un gran efecto en ambas direcciones: convertirnos en elementos complementarios de otras personas que, a veces silenciosamente y en otras ocasiones haciéndolo notar, requieren de nosotros para sentirse consideradas, apoyadas, queridas. Pero también en sentido inverso nosotros podemos requerir esa complementariedad.

Si lo pensamos bien, un aislamiento espiritual o físico: no tener con quien comunicarse o compartir debe crear un vacío terrible.

¿Debemos procurar ser, en la medida de nuestras reales posibilidades, el complemento de quienes esperan de nosotros tal asistencia?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)