Escribo estas líneas el Día del Maestro Ecuatoriano para que se lean el Domingo de Resurrección, que es como tender una línea invisible entre el oficio más devaluado del momento y el gran ejecutor que fue Cristo Jesús, (¿llamado así tanto por sus labores de carpintero como por ser el enseñante de una nueva doctrina?). Me han llegado algunos mensajes que me recuerdan mi propio ejercicio de la docencia y con palabras gratas sostienen que aporté nociones y actitudes a sus vidas. Puede ser. El territorio del enjuiciamiento propio es inestable y ambiguo, cuando no va apuntalado en la soberbia.

Ha sido habitual jugar con la sinonimia de las palabras “profesor” y “maestro”, sin embargo se ha establecido una categorización entre ellas: mientras se llama profesor a quien ejecuta labores de enseñanza como mera actividad económica, el maestro acapara los sentidos cualitativos del ejercicio, con abundancia de virtudes y valores. El término pasa por una vigorosa vida entre los gremios artesanales medievales y se ubica, según el medio, en el magisterio como trabajo según los niveles.

En uno u otro sentido es un oficio devaluado, decía, y lo afirmo con tristeza y disgusto al mismo tiempo. Jamás como hoy el profesor es juguete de las confluencias educativas, dentro de la red autoridades-padres de familia-educandos parecía ir al garete de oleajes que no emergen propiamente de una coyuntura educativa sino de fuerzas circunstanciales adversas. Una tendencia al documentalismo, al exceso de papeleo preparatorio e informativo, amarra al maestro a esfuerzos que se quedan guardados entre informes que quién sabe quién leerá y priva a los alumnos de la energía y creatividad de sus conductores. Por condiciones sociales de la niñez y la adolescencia de hoy, el quiebre de la disciplina en el aula es notorio y los educandos se esmeran en desordenar la sesión de clase, convirtiéndola en una lucha de varios contra uno. Hay anécdotas muy desagradables al respecto de la eufemísticamente llamada “inquietud” en la sala de clase.

Como todos sabemos, los problemas sociales van a parar a las escuelas y colegios. En esos semilleros brotan los frutos de hogares desquiciados, de ejemplos violentos de vida, de cultivo de errores tan graves como las drogas y el sexo prematuro. El profesorado requiere de preparación especial para atender toda la gama de humanidad que sus alumnos encierran (inclusión de por medio) y si no hace frente común con sus colegas y autoridades, el afán educador se pierde en esa guerra de guerrillas tan estéril que es la división agresiva entre los adultos y los jóvenes.

Que el magisterio exige vocación es una verdad de Perogrullo. Lo resiste mal quien se detiene frente a un grupo e impone una estrategia, mas no invita a la acción, quien ordena y no motiva, quien traslada sus problemas personales en esa aura psicológica que todos tenemos y de la cual el estudiante es tan receptivo. Quien trabaja dispuesto y alegre comunica y contagia, pero para ello requiere de la colaboración de padres y madres de familia que tantas veces dinamitan en casa lo que al maestro le cuesta tanto construir en clase.

Dese un repaso rápido a los Evangelios y se apreciará que Jesús incitaba a pensar, he allí la tarea modular de cualquier enseñanza. (O)